La tarde cae como un mantel ligero sobre la ciudad. En los bancos hay gente mirando sus teléfonos, y en los bares —donde antes se alargaban las sobremesas— se escucha una música que nadie tararea. A ratos, la vida parece una sala de espera con revistas viejas y luces frías. Y sin embargo, en algún lugar del pecho, todavía late la posibilidad de un nosotros: un pan compartido, una silla arrimada, un “cuéntame” que se dice sin reloj.

En Urgencias he visto esa cuerda tensada entre el ruido y el silencio. Llega un hombre con el corazón en carrera y el pulso en la lengua: “no sé qué me pasa”, dice. El electro, impecable. La analítica, normal. Lo que cruje no cabe en el tubo de ensayo: es un hueco, una especie de eco que no se apaga cuando apagan las luces. A veces salía al pasillo y pensaba que tratamos de curar con pastillas lo que una cultura ha ido rompiendo con su prisa, su sospecha y su miedo a la vulnerabilidad.

La soledad, me digo, no es un síntoma: es un paisaje. Y como todo paisaje, puede enfermar —o curar— según el mapa con que lo caminemos.


La “epidemia” que no cabe en un diagnóstico

Se habla cada vez más de una epidemia de soledad. Las cifras varían, pero el mensaje es tozudo: la desconexión social y la soledad percibida se asocian con peor salud y mayor mortalidad; no es una metáfora ni un verso triste, es un dato robusto en grandes revisiones y advertencias sanitarias (1,2). La propia Oficina de Cirugía General de Estados Unidos la elevó en 2023 a problema de salud pública que exige reconstruir comunidad con la misma seriedad con la que combatimos el tabaco (1). En paralelo, la OMS ha situado la conexión social como prioridad global y motor de bienestar (3).

Pero puede que haya un error de mirada que se cuela sin pedir permiso: convertir la soledad en trastorno. Reetiquetar un malestar cultural como patología individual alivia conciencias, pero puede empobrecer el diagnóstico. La pregunta no es “¿qué tienes?”, sino “¿qué nos está pasando?”. Porque la soledad moderna, la que duele, no siempre es una elección; muchas veces es un resultado: de ciudades sin plazas, de trabajos sin tiempo, de vidas con miedo al roce.


Cuando el malestar se traduce en receta

En España lo sabemos por experiencia. Los informes del Observatorio Español de las Drogas y las Adicciones y las encuestas EDADES muestran desde hace años un uso elevado de hipnosedantes y ansiolíticos —un recurso rápido cuando el cuerpo late fuerte y la noche se hace larga—, mientras la lista de espera para psicoterapia sigue siendo un muro que trepa por dentro (4,5). No es un juicio moral: una benzodiacepina puede ser necesaria y buena en indicaciones claras, y la farmacología ha sostenido a muchas personas en puentes muy estrechos. Pero cuando la receta sustituye a la relación, la medicina se vuelve coartada. Lo urgente tapa lo importante.

He visto cómo callar también enferma. Callar es un verbo fisiológico: aumenta la activación, sube la presión, afila los hombros. Uno traga y traga —lágrimas, palabras, gestos— hasta que el pecho se queda como un cuarto trastero. Cuando ya no cabe nada, el cuerpo empieza a hablar a su manera: arritmias que no son arritmias, ahogos que no son pulmones. Entonces se busca alivio rápido —para dormir, para aguantar, para olvidarse—, y cada noche se aleja un milímetro el mapa de lo que nos sostenía.


El MDMA y la promesa de una sociabilidad instantánea

En estos días ha corrido el debate por redes: ¿tratar la soledad con MDMA? El doctor José Luis Marín, psiquiatra y divulgador, lo dijo claro en un vídeo reciente: “¿De verdad queremos solucionar la soledad con drogas? El MDMA es una sustancia tóxica y adictiva. La soledad no se cura con anfetaminas; necesitamos un cambio cultural, no un nuevo fármaco” (8).

La ciencia, en paralelo, describe algo conocido: dosis únicas de MDMA en voluntarios sanos pueden aumentar sentimientos de empatía emocional y sociabilidad en condiciones controladas (7). Esto es verdad en laboratorio. Pero no es lo mismo sentirse más sociable durante unas horas que reconstruir vínculos significativos y aprender a vivir en comunidad. El primer fenómeno es agudo y farmacológico; el segundo es lento, relacional y ético.

La cautela no es capricho. En 2024, el consejo asesor de la FDA votó en contra de aprobar la terapia asistida con MDMA para el TEPT, alegando dudas metodológicas y de seguridad; poco después, la agencia rechazó la solicitud. Si un uso con respaldo clínico mucho más estudiado que “tratar la soledad” no consiguió luz verde, menos aún estamos ante un fármaco listo para recetar vínculos (6).


Qué sí podemos hacer (cuando decimos “nosotros”)

A veces la respuesta es tan humilde que parece poca cosa: volver a tener lugares y tiempos donde la vida pueda ocurrir sin justificarse. La soledad que enferma no se “cura” con ingenio químico; se desactiva cuando devolvemos pertenencia y propósito a las personas. Eso empieza fuera de la consulta, en la ciudad que habitamos: plazas con sombra, bancos que invitan a quedarse, programación cultural de proximidad. No es urbanismo romántico; es salud pública. La evidencia lleva años recordándolo: las relaciones sociales sólidas reducen morbilidad y mortalidad y actúan como un verdadero factor protector poblacional (2). La llamada del Surgeon General y la Comisión de Conexión Social de la OMS van en la misma dirección: reconstruir comunidad con la misma seriedad con la que combatimos el tabaco o la obesidad (1,3).

En la consulta, la medicina que más falta hace es la que no cabe en el blíster: tiempo relacional. Cinco minutos de escucha honesta —quién te sostiene, a quién sostienes, dónde descansas— ordenan mejor que muchas pruebas lo que le está pasando a la persona. No se trata de oponer fármacos y palabras, sino de devolverle a la clínica su centro humano: cuando la relación es primera, el uso racional de medicamentos se vuelve más claro y, a menudo, más breve (1,3).

La prescripción social es el puente entre ese dentro y ese fuera: derivar —y acompañar de verdad— a actividades comunitarias con sentido (coros, huertos, grupos de lectura, voluntariado, clubes de paseo). Funciona cuando no es un volante al vacío, sino un proceso con seguimiento, objetivos pequeños y retroalimentación entre equipo y recursos del barrio. La literatura es prudente pero esperanzadora: bien implementada, la prescripción social mejora bienestar, reduce visitas innecesarias y fortalece vínculos, especialmente en personas con soledad no deseada (10).

Después está la alfabetización emocional, un aprendizaje que no debería reservarse para la terapia. Enseñar a nombrar, regular y compartir lo que se siente —en escuelas, empresas, centros de salud— desactiva el reflejo de “solucionar” todo con sustancias o silencios. Cuando una persona aprende a poner palabras a su angustia, el cuerpo baja la guardia y la mente encuentra sitio para el cuidado mutuo (1).

Y hay una capa más honda, que muchas veces escamoteamos por pudor: el cuidado espiritual entendido como preguntas de sentido. ¿Qué te sostiene? ¿Para quién te levantas? ¿Qué merece tu gratitud hoy? Declarar legítimas estas preguntas en la consulta y en la comunidad no es moralizar la salud, es humanizarla. La soledad se estrecha cuando una persona recupera un “para qué” que la vincula con otros (9).

El resto es política con alma: tiempo clínico protegido, Atención Primaria fuerte, redes vecinales que no dependan solo del voluntariado, cultura y deporte de base con financiación estable, y un urbanismo que diseñe encuentros, no solo tráficos. Si de verdad decimos “nosotros”, el objetivo es sencillo de nombrar y exigente de cumplir: que nadie tenga que tomar una pastilla para sentir que importa.


El atajo y el camino

El MDMA —como otras sustancias— puede abrir. Abrir no es construir. Una puerta abierta sin casa no cobija. La tentación de un “interruptor de sociabilidad” es comprensible en un mundo con poco tiempo, pero cortar camino no enseña a caminar. Y la soledad, para resolverse, exige aprendizaje: habilidades sociales, alfabetización emocional, hábitos de cuidado mutuo, espacios compartidos, cultura del encuentro.

Me preocupa —como al Dr. Marín— que cambiemos transformación social por procedimiento farmacológico (8). Que aceptemos como normal que la vida cotidiana arrincone los viernes a los amigos, que la ciudad no tenga bancos a la sombra, que el tiempo de conversación se mida con reloj de fichar. Y que luego recetemos un “desinhibidor” para que, a pesar de todo eso, nos sintamos conectados. No: el cuidado que cura no es el que permite funcionar en un sistema que enferma, sino el que nos enseña a sanar el sistema.


Una ética de la cercanía

Recuerdo una guardia de agosto. Un hombre mayor, ingresado por descompensación depresiva, me pidió si podía quedarme “un ratito”. Le confesé que iba con el tiempo torcido, pero que . Me contó que había sido panadero, que amaba la miga más que la corteza, que su esposa —muerta hacía años— le enseñó que el pan se parte con la mano, no con cuchillo, cuando hay invitados: así “todos se manchan de harina”. Mientras hablaba, el monitor pitaba menos. No fue milagro; fue humano. Antes de irme, me dijo: “Gracias por mirarme, hijo. El ojo es un pan caliente”.

A veces me pregunto si eso es todo: volver a amasar. Con harina de palabras, con agua de paciencia, con sal de límites, con levadura de sentido. El pan no quita la soledad para siempre, pero la vuelve comestible.

Y entonces lo entiendo: no se trata de inventar una sustancia que nos devuelva la tribu, sino de volver a tener mesa. Hacer sitio a la presencia como quien despeja la encimera; reposar la masa del encuentro; dejar que fermente el tiempo, que suba la confianza, que el horno de la mirada dore la corteza de la vergüenza hasta que esta se vuelva crujiente y amable.

Que nuestra clínica huela a horno temprano: sillas arrimadas, nombres dichos sin prisa, silencios que no asustan. Que cada barrio tenga bancos a la sombra y manos que sepan partir el pan sin preguntar credenciales. Si falta harina —recursos— haremos masa madre con redes y voluntades; si falta horno, encenderemos casas de encuentro donde el calor sea la gente. Porque la química, cuando toca, debe estar al servicio de esto: del pan compartido.

Quizá el gesto más subversivo de nuestra época sea este: cuando el mundo diga “siguiente”, responder “siéntate”. Servir agua, abrir la barra, escuchar la historia. Y al partir, que las migas queden en la mesa como prueba de que estuvimos: tú, yo, nosotros.

No quiero un atajo. Quiero casa: con mesa y pan caliente.
La soledad no se vence con anfetaminas, sino con el milagro humilde de una mirada que abriga y un pan que se parte. Y si alguna vez dudamos, recordemos al panadero: el ojo es un pan caliente. Que nunca nos falte el horno. Ni la mesa. Ni las manos. Ni el nosotros.


Referencias

  1. Office of the Surgeon General (US). Our Epidemic of Loneliness and Isolation: The U.S. Surgeon General’s Advisory on the Healing Effects of Social Connection and Community. Washington (DC): US Dept of Health and Human Services; 2023.
  2. Holt-Lunstad J, Smith TB, Baker M, Harris T, Stephenson D. Loneliness and social isolation as risk factors for mortality: a meta-analytic review. Perspect Psychol Sci. 2015;10(2):227–37.
  3. World Health Organization. Commission on Social Connection: reports and statements. Geneva: WHO; 2025.
  4. Observatorio Español de las Drogas y las Adicciones. Informe 2023: Alcohol, tabaco y drogas ilegales en España. Madrid: Ministerio de Sanidad; 2023.
  5. Ministerio de Sanidad. EDADES 2022. Encuesta sobre alcohol y otras drogas en España – resumen. Madrid; 2022.
  6. Couzin-Frankel J. FDA rejected MDMA-assisted PTSD therapy; other psychedelics firms intend to avoid that fate. Science. 2024 Aug 12.
  7. Hysek CM, Schmid Y, Simmler LD, et al. MDMA enhances emotional empathy and prosocial behavior. Neuropsychopharmacology. 2014;39(11):2414–21.
  8. Marín JL. ¿Te sientes solo? Reel de Instagram [Internet]. 2025 Oct. Disponible en: https://www.instagram.com/reel/DHX7BBuIun9/
  9. Frankl V. El hombre en busca de sentido. Barcelona: Herder; 2015.
  10. Bickerdike L, Booth A, Wilson PM, Farley K, Wright K. Social prescribing: less rhetoric and more reality. A systematic review. BMJ Open. 2017;7:e013384.


Descubre más desde Blog de Salud y Pensamiento

Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.