La ciudad respira por las rendijas. A veces, al abrir una puerta, un olor antiguo sale primero que la luz: humedad, comida rancia, papeles prensados por el tiempo. No es épica, ni exotismo urbano; es la quietud espesa de una casa que se ha detenido. En el umbral, alguien nos mira cansado y dice: “estoy bien”. Y ese “estar bien”, pronunciado sin convicción, levanta una muralla invisible entre su mundo y el nuestro.

A esa escena muchos la nombran con rapidez: “síndrome de Diógenes”. Es un título sonoro, literario, cómodo para el titular apresurado. Pero a poco que se piense, duele. Duele porque traiciona la memoria de un hombre que eligió la pobreza por libertad, no por deterioro; que caminó con una lámpara a pleno día buscando “un hombre” —es decir, honestidad— y que pidió al emperador que se apartara para que el sol siguiera dándole en la cara. Diógenes no acumulaba: soltaba. No vivía en suciedad por abandono: vivía con casi nada, por decisión. Lo que hoy llamamos —de forma más precisa— suciedad doméstica severa y, en algunos casos, trastorno por acumulación, pertenece a otra esfera: la del sufrimiento, la soledad y, con frecuencia, el deterioro funcional que amenaza la seguridad y la dignidad (1–3).


El malentendido que se hizo costumbre

La etiqueta “síndrome de Diógenes” apareció en 1975 para describir casos de autoabandono extremo, viviendas en condiciones insalubres, aislamiento social y rechazo de ayuda (1). La literatura hispana y anglosajona ha señalado después que el término es impreciso y estigmatizante, además de históricamente injusto (2–4). Por eso, muchos clínicos recomiendan evitarlo y hablar, con rigor, de suciedad doméstica severa y/o trastorno por acumulación cuando se cumplen criterios. El filósofo cínico propugnaba no poseer; el cuadro clínico que vemos se aferra a los objetos hasta volver la casa impracticable. Son mundos opuestos (2–4).

No es un detalle de erudición. Las palabras modelan la mirada. Un rótulo impreciso puede convertir a una persona en caricatura, y a un problema clínico y social complejo en un chascarrillo moral. Nombrar bien es comenzar a cuidar.


Qué vemos hoy cuando “alguien vive como Diógenes” (y por qué no es Diógenes)

En clínica, el cuadro se reconoce por la concurrencia de varios elementos: autoabandono, vivienda insalubre, aislamiento y rechazo de ayuda, acaparamiento/acumulación (frecuente, no obligado), baja conciencia de problema y alto riesgo (caídas, infecciones, desnutrición) (3,6–8). En términos clasificatorios, no existe el diagnóstico “síndrome de Diógenes”. Lo que sí reconocen los manuales es el trastorno por acumulación (hoarding disorder), con criterios definidos en DSM-5-TR e ICD-11 (9,10).

A continuación, un versus claro para no perder el norte:

Aspecto“Síndrome de Diógenes”Diógenes de Sinope
OrigenDeterioro funcional, soledad, comorbilidad psiquiátrica o neurológica; no es diagnóstico oficial en DSM/ICDDecisión filosófica de vida simple y libre (askēsis, autarkeia)
Relación con los objetosApego y dificultad para desechar; acumulación que inutiliza espaciosDesapego radical; “no poseer” como libertad
EntornoInsalubre: residuos, plagas, riesgo eléctrico/incendioFrugal, no necesariamente sucio; la tinaja (píthos) es símbolo, no abandono
Vínculo socialAislamiento, rechazo de ayudaInterpelación pública, parresía (decir la verdad en la plaza)
Conciencia del problemaSuele ser baja; negación o minimizaciónAlta; ironía y lucidez como método
EstatutoSíndrome descriptivo; cuando procede, se codifica Hoarding disorderVida filosófica; no clínica
FinalidadSobrevivir en medio del caos; riesgo para salud/seguridadTestimonio ético contra el lujo y la hipocresía
SímbolosCasa saturada, puerta cerradaLámpara al mediodía, sol, tinaja como emblema de libertad
Respuesta adecuadaPlan intersectorial (salud, trabajo social, vivienda), seguridad primeroNo procede intervención clínica; se restituye su memoria filosófica
Palabra justaSuciedad doméstica severa” / “Trastorno por acumulaciónVida conforme a la naturaleza”, parresía, autarquía

Diógenes, el perro y la luz: un recordatorio de libertad

“Cínico” viene de kynikós, “perruno”. En boca de Diógenes era una bandera: franqueza, vida simple, desapego. Dormir en una tinaja (en realidad, un píthos) no era un espectáculo de miseria, sino un gesto simbólico: necesitar poco para ser libre. La anécdota con Alejandro —“apártate, que me tapas el sol”— es una clase magistral en una frase. El poder no añade nada a quien no está en venta por dentro. Llamar “Diógenes” al abandono y la insalubridad es como llamar “Socrático” a un delirio persecutorio: un error que se vuelve injusticia.

Frankl escribió que la libertad interior no es lujo sino última trinchera del ser humano. Diógenes, muchos siglos antes, lo encarnó sin escribir un tratado. Por eso, vincular su nombre a la suciedad debilita dos cosas a la vez: la memoria filosófica y la ética del cuidado. A Diógenes le interesaba la verdad que libera; a nosotros, la palabra que cuida. El puente entre ambas es la precisión.


Cuando la palabra estorba: estigma y ceguera

“Síndrome de Diógenes” funciona como un chiste cultural. Y los chistes, cuando sustituyen a la comprensión, nos vuelven torpes. Desde el lenguaje empiezan las puertas que se cierran: el vecino que se burla, el profesional que llega con asco antes que con escucha, el periodista que convierte la vida de alguien en una galería de horrores. Nombrar suciedad doméstica severa obliga a ver el riesgo y buscar las causas; decir “Diógenes” invita a juzgar.

En salud, la primera obligación es no herir; la segunda, ser útiles. Y para ambas, necesitamos palabras verdaderas.


Un espejo que no miente: lo que este problema nos dice de nosotros

Hay casas que son biografías sedimentadas. Cada bolsa aplazada fue un “lo haré mañana”, cada cable oculto, una urgencia que ganó. A veces hay historia de pérdidas, duelos congelados, traumas que hicieron del objeto un aliado contra el vacío. Otras veces hay soledad pura y dura, o deterioro que avanza sin que nadie mire. Ese mirar —sin asco— es el comienzo de lo posible.

Y, sin embargo, necesitamos también mirar a Diógenes para recordarnos qué defendemos. No es su tinaja lo que importa, sino su parresía: la valentía de decir la verdad. Diógenes interpelaba a la ciudad con una lámpara: “busco un hombre”. Nosotros, en el pasillo de una casa detenida, podemos levantar otra lámpara: busco la parte de ti que todavía quiere estar viva. Esa parte existe, incluso si hoy no se ve. Y las palabras —las justas— ayudan a encontrarla.


Recuperar a Diógenes: del mal chiste a la brújula

En justicia, a Diógenes hay que devolvérselo a la plaza, no a la bolsa de basura. Hay que devolverle la lámpara y el sol, no el estigma. Su nombre no es un adjetivo para ridiculizar a nadie, sino un recordatorio incómodo de libertad: necesitar poco para no vender el alma. Que Diógenes vuelva a su sitio —la interpelación pública, la franqueza, el desapego— y no a ese rincón oscuro donde amontonamos lo que no entendemos.

Para lo otro —lo que vemos en ciertas casas: suciedad, acumulación, riesgo, soledad— no hacen falta apellidos prestados, hacen falta palabras exactas y manos enteras. Digamos lo que es y hagamos lo que toca: seguridad primero, dignidad siempre; puertas que se abren sin humillar; equipos que escuchan antes de mover una bolsa; hábitos nuevos donde ayer solo había cansancio.

Nombrar bien no es corrección política: es técnica de rescate. Cuando llamamos a cada cosa por su nombre, aparece una ruta en el suelo: salida despejada, baño utilizable, electricidad segura, ayuda que entra sin romper. Y, poco a poco, el aire vuelve a moverse. Entonces sí, que Diógenes se quede con su sol y su lámpara —con la verdad que libera— y que a quien sufre le quitemos el insulto y le ofrezcamos un plan. Esa es la brújula: restituir el nombre al filósofo y la esperanza a la persona que sufre.


Referencias

  1. Clark AN, Mankikar GD, Gray I. Diogenes syndrome: A clinical study of gross neglect in old age. Lancet. 1975;1(7903):366–8.
  2. Jiménez Játiva E, Molina Fernández N, Díaz Pérez F, Reyes Taboada A. El mal llamado “Síndrome de Diógenes”. Enfermería Docente. 2008;(88):—.
  3. Snowdon J. Severe domestic squalor: a review. Int Psychogeriatr. 2007;19(1):37–51.
  4. Cybulska E. Senile squalor: Plyushkin’s not Diogenes’ syndrome. Psychiatr Bull. 1998;22:319–20.
  5. Proctor C, Morrow J, Murthy V. Diogenes Syndrome: Identification and Distinction from Hoarding Disorder. Cureus. 2021;13(11):e19646.
  6. Snowdon J. How and when to intervene in cases of severe domestic squalor. Int Psychogeriatr. 2009;21(6):996–1002.
  7. SA Health. A Foot in the Door: Stepping towards solutions to resolve incidents of severe domestic squalor & hoarding. Government of South Australia; 2013.
  8. Government of Western Australia Department of Health. Hoarding and Severe Domestic Squalor: A Guideline for WA. Perth; 2014.
  9. American Psychiatric Association. Hoarding Disorder (DSM-5-TR): Patient & Family Guide. 2022.
  10. World Health Organization. ICD-11 Browser: Hoarding disorder (6B24). 2019–2023.

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