Idiocracia: ¿Quién manda en la mente de nuestros jóvenes?


El olor del café tostado se pegaba a la ropa, como si quisiera quedarse conmigo el resto del día. Y en la mesa de al lado, dos chicos —veintimuchos, sudadera negra, ojos brillantes— reían con esa risa cortada de quien tiene vergüenza y euforia al mismo tiempo. El móvil, apoyado contra el azucarero, dictaba la secuencia: “hazlo”, “ahora”, “grábalo”. Uno lo llamó, sin vacilar, “nuestro amo”. Y entonces algo en el aire cambió: el murmullo de la cafetería se alargó como un pasillo; la luz del neón se volvió un poco más fría; el dedo que hacía scroll parecía un metrónomo obediente.

No me impresionó el absurdo del reto. Me inquietó la obediencia. Esa docilidad casi litúrgica con la que se ofrece el Yo a una cámara y a un contador de “me gusta”, esperando, como quien abre la mano, el pan del aplauso.

La escena —tan común que ya nadie se levanta de la silla— nos empuja a una pregunta incómoda: ¿qué lugar ocupa la libertad cuando cedemos la voluntad a un reto dictado desde una pantalla? Y aún otra, quizá más honda: ¿qué parte de nosotros desea, casi suplica, que otro decida por nosotros?

Anatomía breve de la sumisión digital

Es tentador reducirlo a “cosas de críos” o a un moralismo rápido sobre “las redes”. Pero bajo la espuma hay mecanismo. Un reto viral es un contrato de intermitencia: tú ofreces exposición; la plataforma te devuelve, a ritmo variable, pequeños premios sociales —likes, comentarios, visualizaciones—. En neurociencia de la adolescencia sabemos que esos premios activan circuitos de recompensa (estriado ventral, sobre todo el núcleo accumbens) y que la aprobación de los pares modula la conducta en tiempo real (1). No es magia negra: es aprendizaje social y refuerzo intermitente —el mismo que sostiene una tragaperras, pero con selfies.

¿Significa esto que las redes “arruinan” la mente joven? La evidencia contemporánea pide matices. Hay estudios y revisiones que encuentran asociaciones entre uso problemático de redes y síntomas internalizantes (depresión, ansiedad, estrés) en adolescentes y adultos jóvenes (2,3), y meta-análisis clínicos recientes precisan que esas asociaciones existen, aunque varían por subgrupos y medidas (4). La OMS Europa ha alertado, además, del aumento del uso problemático de redes y del riesgo por videojuegos en población adolescente, lo que sugiere un reto de salud pública en expansión (5). Pero UNICEF recuerda que no todo es blanco o negro: los entornos digitales también ofrecen apoyo, pertenencia y recursos, y sus efectos dependen del contexto, las habilidades y las desigualdades que ya traíamos del mundo analógico (6,7).

El problema, por tanto, no es la tecnología en sí, sino la relación que establecemos con ella: la colonización del juicio, la delegación del criterio, la erosión lenta del silencio. Cada vez que dejamos que el algoritmo decida por nosotros, renunciamos a nuestro pensamiento crítico. Y es ahí donde la idiocracia —esa tiranía amable de lo trivial— avanza.

Del juego al síntoma: cuando el reto ocupa el centro

No todos los “challenges” son peligrosos. Pero una pauta repetitiva de exposición a retos que comprometen seguridad, intimidad o dignidad debería encender señales: quizá estemos ante baja autoestima, conflictos identitarios, déficits de regulación emocional o adicciones comportamentales emergentes. La literatura sobre exposición a contenidos de autolesión y su vínculo con malestar emocional y riesgo en jóvenes es consistente (8,9). Y, aunque la categoría diagnóstica no sea el objetivo de la clínica cotidiana, conviene recordar que el trastorno por juego está reconocido en ICD-11 (10) y que el DSM-5/DSM-5-TR incluye el trastorno por juego en Internet como condición que requiere más investigación (11,12). No para etiquetar con prisas, sino para ajustar la mirada: hay cuadros que exigen intervención estructurada.

En ese cruce, los profesionales de Enfermería de Salud Mental tienen una tarea que es técnica y, a la vez, profundamente humana: devolver criterio a quien lo delegó. Sostener la autonomía donde el Yo se siente coaccionado por “la tendencia”, “el grupo” o “los amos invisibles” de una app.

que el joven encuentre proyectos reales, nombres propios, vínculos concretos que no dependan de la volatilidad del feed.


Retos virales: mapa de riesgos y lectura clínica

  • Riesgo físico directo: asfixia, ingestas, caídas, quemaduras.
  • Riesgo psicosocial: humillación pública, sextorsión, acoso.
  • Riesgo de imitación en autolesión: la exposición a contenidos de autolesión puede aumentar vulnerabilidad y debe manejarse con protocolos de seguridad y contención (8,9).
  • Riesgo identitario: el Yo externaliza su valor a un contador; la valía queda hipotecada a la visibilidad.

Lectura clínica útil: antes que un “adicto a retos”, probablemente hay un joven con hambre de pertenencia y de mirada. La intervención empieza en llamar por su nombre esa hambre y ofrecerle otras mesas donde compartir el pan.


Entre la filosofía y la clínica: recuperar el derecho al silencio

La idiocracia ocurre cuando el ruido sustituye al juicio. No es una época maligna; es un ecosistema que premia la inmediatez y la performance. Por eso necesitamos islas de lentitud, lugares donde la persona vuelva a sentir que tiene interioridad.

Pensemos la libertad no como la capacidad de elegir cualquier cosa, sino como la capacidad de sostener una elección valiosa frente a mil opciones huecas. Nietzsche sospechó de las multitudes; Kierkegaard habló del individuo que elige con angustia; Frankl apostó por el sentido que se decide. Nuestra tarea, como enfermeros, como seres de lo humano, no es prohibir pantallas, sino cultivar sujetos que puedan decir “no” y, sobre todo, que quieran decir “sí” a algo mejor.

El Yo no necesita desaparecer para formar parte de un grupo. Pertenecer no debería costar dignidad. La clínica —cuando es humana— lo recuerda con cosas sencillas: mirar a los ojos, escuchar sin prisa, nombrar lo que duele, acompañar sin imponer. Una enfermera que ofrece ese espacio compite, sin querer, con cualquier algoritmo.


Coda: el coraje de detenerse

Vuelvo a la cafetería. El café ya frío, la espuma rota. Uno de los chicos mira la pantalla esperando el veredicto. Cincuenta, sesenta, setenta “me gusta”. Sonríe, pero su sonrisa se cae rápido, como si la cara supiera que la aprobación nunca sacia. Al salir, el sol de Valencia huele a pan y a naranja. Pienso que quizá la desobediencia más radical sea apagar; pero la más fecunda es encender otra cosa: una conversación, una tarde sin notificaciones, un paseo al río, una promesa que no se graba pero se cumple.

Porque la pregunta final no es “¿quién manda en nuestra mente?”, sino “a qué merece la pena obedecer”. Si logramos que la respuesta sea la verdad de nuestra vida, habremos ganado un territorio que ningún algoritmo puede colonizar.


Referencias:

  1. Sherman LE, Greenfield PM, Hernandez LM, Dapretto M. The Power of the Like in Adolescence: Effects of Peer Influence on Neural and Behavioral Responses to Social Media. Psychol Sci. 2016;27(7):1027-35.
  2. American Psychological Association. Health advisory on social media use in adolescence. 2023. Disponible en: https://www.apa.org (consultado 7-sep-2025).
  3. Shannon H, Bush K, Villeneuve PJ, et al. Problematic Social Media Use in Adolescents and Young Adults: A Systematic Review and Meta-analysis. JMIR Ment Health. 2022;9(4):e33450.
  4. Fassi L, et al. Social Media Use and Internalizing Symptoms in Clinical and General Samples of Adolescents: Systematic Review and Meta-analysis. JAMA Pediatr. 2024;178(7):—.
  5. World Health Organization – Regional Office for Europe. Teens, screens and mental health. 25-sep-2024.
  6. UNICEF. The State of the World’s Children 2021: On My Mind — Promoting, protecting and caring for children’s mental health. New York: UNICEF; 2021.
  7. UNICEF Innocenti. Childhood in a Digital World. 2025.
  8. Marchant A, et al. A systematic review of the relationship between internet use, self-harm and suicidal behaviour in young people. PLOS One. 2017;12(8):e0181722.
  9. Marchant A, et al. Impact of Web-Based Sharing and Viewing of Self-Harm–Related Videos and Photographs on Children and Young People: Systematic Review. J Med Internet Res. 2021;23(3):e18048.
  10. World Health Organization. Addictive behaviours: Gaming disorder (ICD-11). 2020.
  11. Petry NM, et al. Internet Gaming Disorder in DSM-5. Curr Psychiatry Rep. 2015;17:72.
  12. American Psychiatric Association. Internet Gaming Disorder (DSM-5 Section III). 2013–2015. Documento informativo.

Nota: Para diagnóstico comunitario y coordinación intersectorial en España, ver Estrategia de Salud Mental del SNS 2022–2026 y Plan de Acción 2025–2027 (Ministerio de Sanidad).


Descubre más desde Blog de Salud y Pensamiento

Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.

← Entrada anterior

Entrada siguiente →

2 comentarios

  1. Yolanda Martínez roca

    Genial Diego, como siempre !!! Ahora el reto no es decir si o no a la tecnología y todo lo que ofrece. El reto consiste en saber utilizarla, ponerle límites…
    Gracias

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *