“Tenemos que ayudar entre todos a des-psiquiatrizar la vida. Aceptar el sufrimiento, aceptar la frustración, y –lo más importante– poder hablar de ello, en lugar de callarlo con alcohol o benzodiacepinas. El ser humano enferma por falta de vocabulario… Hay que dar una voz real al malestar, una voz que se pueda entender y aceptar, y así compartirlo.” – José Luis Marín López [1].
Esta contundente reflexión invita a repensar cómo abordamos el malestar emocional y mental en nuestra sociedad. Durante décadas ha prevalecido un enfoque dominado por la medicina y la psiquiatría biológica –el llamado modelo biomédico– que tiende a psiquiatrizar o medicalizar prácticamente cualquier sufrimiento humano. Sin embargo, cada vez más profesionales y usuarios claman por “des-psiquiatrizar la vida”, es decir, dejar de tratar como trastorno médico aquello que forma parte de la experiencia humana, aceptando que sentir dolor, tristeza o ansiedad en momentos difíciles es normal y merece escucha y apoyo antes que un diagnóstico y pastillas. En este artículo analizamos las limitaciones del modelo tradicional y exploramos alternativas holísticas –desde los cuidados comunitarios y la narrativa personal hasta la perspectiva de enfermería– para humanizar la salud mental.
El modelo biomédico y la psiquiatrización del malestar
El modelo biomédico en salud mental concibe los trastornos psicológicos como enfermedades del cerebro, causadas por desequilibrios neuroquímicos o genes defectuosos, que deben tratarse con fármacos al igual que las enfermedades físicas [4]. Sin duda, este paradigma aportó avances –por ejemplo, permitió desarrollar medicamentos psiquiátricos que alivian síntomas graves–. No obstante, su dominio absoluto ha traído serios problemas. Desde los años 90 hasta hoy, el uso de psicofármacos se ha disparado exponencialmente a nivel global [4]. Países como España encabezan el consumo mundial de tranquilizantes y sedantes [1]; en algunas comunidades, 1 de cada 5 habitantes toma benzodiacepinas habitualmente [1].
Paradójicamente, más fármacos no se han traducido en mejor salud mental. Al contrario, numerosos análisis críticos señalan que la “era biomédica” de las últimas décadas ha fracasado en sus promesas. Por ejemplo, no se ha identificado ninguna causa biológica clara (ni un “desequilibrio químico”) para ningún trastorno mental [4]. Los tan proclamados “avances de la neurociencia” no han producido tratamientos más efectivos ni seguros que los descubiertos hace medio siglo [4]. En conjunto, no hubo la revolución curativa esperada: la investigación farmacéutica se estancó por falta de resultados y muchas compañías han reducido drásticamente la búsqueda de nuevos psicofármacos [4].
Más preocupante aún, la carga global de las enfermedades mentales no ha disminuido, sino que ha aumentado: los trastornos mentales son hoy más crónicos y graves, y el número de personas con discapacidad por problemas psiquiátricos sigue creciendo [4]. Tampoco la estrategia biomédica ha logrado reducir el estigma; pese a difundir la idea de “desbalance químico” para “legitimar” estos trastornos, la discriminación hacia quienes los padecen no mejoró e incluso puede haberse agravado [4]. En palabras del psicólogo B. J. Deacon, tras revisar décadas de estudios, “los frutos de la revolución biomédica” son decepcionantes: sin bases biológicas firmes, promocionando teorías no probadas (como el desequilibrio bioquímico), sin reducir el estigma, sin innovaciones terapéuticas reales y con pobres resultados a largo plazo, aumentando la cronicidad de los pacientes [4]. Todo ello ha llevado a una llamada urgente a replantear el enfoque de la psiquiatría moderna [4].
Críticas a la psiquiatrización de la vida cotidiana vienen de lejos. Ya en 1961, el psiquiatra Thomas Szasz advertía que la psiquiatría “medicaliza aspectos normales de la existencia”, convirtiendo problemas humanos en diagnósticos clínicos [3]. Szasz sostenía provocativamente que la mayoría de las llamadas enfermedades mentales en realidad no son enfermedades, sino “problemas de la vida”, ya que no se ha probado una base biológica orgánica para explicarlas [3]. Aunque su postura antipsiquiátrica es controvertida, acierta al señalar cómo la frontera entre lo patológico y lo normal en salud mental está influida por valores culturales y sociales.
Otro efecto nocivo de este enfoque reduccionista es que silencia la voz del paciente. Si todo malestar es solo un desarreglo neuroquímico a corregir, se tiende a minimizar la historia personal y las circunstancias que explican el sufrimiento. Como señala José Luis Marín, los psicofármacos podrán atemperar síntomas, pero “no abordan el origen del sufrimiento” [6]. El dolor psíquico no desaparece mágicamente con una píldora: suele hacerse crónico o resurgir mientras no se comprenda y trate su causa de fondo. De hecho, la medicalización de emociones naturales como la tristeza o la angustia puede llevar a una dependencia de por vida a medicamentos que terminan cronificando el problema en lugar de resolverlo [6]. En palabras de Marín, “la verdadera transformación no ocurre en el cuerpo, sino en la historia del paciente” [6].
Un enfoque holístico: de la enfermedad al bienestar integral
“Des-psiquiatrizar” la vida no significa negar la existencia del trastorno mental ni oponerse a todo uso de medicamentos. Se trata, más bien, de romper el monopolio biomédico y equilibrarlo con una visión humanista y global de la salud mental [9]. La propia OMS ha enfatizado en su informe mundial de 2022 la urgencia de transformar los servicios de salud mental hacia un modelo centrado en los derechos humanos, el apoyo psicosocial y la recuperación personal, en contraposición al paradigma puramente biomédico y coercitivo del siglo XX [5].
Un modelo verdaderamente holístico reconoce que la salud mental no es solo asunto de neurotransmisores: depende de factores biopsicosociales. Así, por ejemplo, numerosos estudios han confirmado que las emociones y la salud física están estrechamente interrelacionadas a nivel psicobiológico [2]. La capacidad de identificar, expresar y regular las emociones –lo que llamamos inteligencia emocional– actúa como un factor protector importante: las personas con mayor inteligencia emocional tienden a gozar de mejor salud mental, psicosomática e incluso cardiovascular, según metaanálisis recientes [2].
Otra pieza clave de un enfoque no reduccionista es la participación del paciente en su propia recuperación. Frente al rol pasivo que propone el modelo médico tradicional (paciente-consumidor de medicación), surgen modelos como el “Open Dialogue” (Diálogo Abierto) originado en Finlandia, que integran a la persona y su red de apoyo en todas las decisiones de tratamiento. Este modelo comunitario ha logrado resultados espectaculares con problemas graves como la psicosis [7]. En Western Lapland, donde se aplicó, el 80% de los pacientes con primeros episodios psicóticos estaban asintomáticos a los cinco años, y dos tercios de ellos nunca habían tomado medicación antipsicótica [7].
La aportación de la enfermería: cuidar con empatía y cercanía
En este giro hacia cuidados más holísticos y humanos, la enfermería en salud mental juega un papel fundamental. Históricamente, la enfermería ha abrazado un paradigma integral que ve a la persona más allá de su enfermedad, considerando dimensiones físicas, psicológicas, sociales y espirituales [9]. Las enfermeras y enfermeros de salud mental, en particular, han sido pioneros en prácticas de acompañamiento emocional y educación para la salud que encajan perfectamente con la idea de “des-psiquiatrizar” el abordaje del sufrimiento.
Así pues, “des-psiquiatrizar la vida” no es eliminar la psiquiatría ni ignorar que ciertas personas necesitan ayuda especializada o medicación. Es un llamado a reequilibrar el abordaje de la salud mental, colocándole un rostro humano. […] Como dijo Marín, “el ser humano enferma por falta de vocabulario”: cuando no encontramos maneras de expresar nuestras emociones, estas salen a la superficie en forma de síntomas, adicciones o enfermedades psicosomáticas [1].
Referencias
- Vázquez G, Vargas I. ‘Otro Enfoque – Empastillados’: Jon Sistiaga profundiza en las causas del alto consumo de benzodiacepinas. Cuatro.com – Mediaset; 14 May 2024.
- Pérez-González JC, Yáñez S, Ortega-Navas MC, Piqueras JA. Educación emocional en la educación para la salud: cuestión de Salud Pública. Clínica y Salud. 2020;31(3):133–137. DOI: 10.5093/clysa2020a7.
- Szasz T. The Myth of Mental Illness: Foundations of a Theory of Personal Conduct. Nueva York: Hoeber-Harper; 1961.
- Deacon BJ. The biomedical model of mental disorder: A critical analysis of its validity, utility, and effects on psychotherapy research. Clinical Psychology Review. 2013;33(7):846-861. DOI: 10.1016/j.cpr.2012.09.007.
- World Health Organization (OMS). Informe mundial sobre la salud mental 2022: Transformar la salud mental para todos. Ginebra: OMS; 2022.
- Marín López JL. Publicación en LinkedIn: “Los psicofármacos pueden aliviar síntomas, pero no abordan el origen del sufrimiento…”. 2024.
- Seikkula J, Alakare B, Aaltonen J. Five-year experience of first-episode nonaffective psychosis in Open Dialogue approach. Psychotherapy Research. 2006;16(2):214-228.
- Petit Q. “Hay que sacar la psiquiatría del hospital y llevarla a la calle”. El País (España), 5 Dic 2016.
- Olabarría B. Promoviendo alternativas de cambio al modelo biomédico en salud mental. Revista AEN. 2023;43(2):141-147.
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