El suelo es gris, áspero, con pequeñas heridas de uso. A la izquierda asoman briznas de hierba; a la derecha, un caramelo rojo y blanco, brillante, derritiéndose un poco bajo el sol. Entre ambos, una caravana de hormigas que no se detiene: bordea el dulce como quien sortea un charco de gasolina. No hay caos. No hay prisa. Solo una carretera invisible que se reajusta sin perder el norte.
Me quedé mirando la escena —quizá como se mira una pista sobre cómo vivir— y pensé: ¿por qué no se abalanzan todas sobre el azúcar? ¿Qué les hace priorizar el camino antes que el premio? En esa mínima coreografía hay una lección de biología, otra de psicología de los hábitos y una tercera de cuidado humano. Cuando un grupo pequeño decide bien, el resultado no es solo eficacia: es dignidad. Y, a veces, salud.
La carretera invisible
Las hormigas no se organizan con discursos. No hay una jefa dando órdenes. Se hablan con química: dejan feromonas en el suelo y, al pasar otra, refuerza la traza o la corrige. Esa “tinta” que no vemos es su mapa compartido; un sistema de autoorganización que transforma microdecisiones en una conducta colectiva robusta (1–3). Si aparece un obstáculo —una zapatilla, una gota de lluvia, un caramelo pegajoso—, algunas exploran, otras mantienen la ruta principal; poco a poco, la colonia escribe un desvío estable. Nada de heroicidades: constancia y cooperación.
La ciencia lleva décadas describiendo este tipo de inteligencia distribuida, en hormigas, abejas o estorninos. Lo llaman comportamiento colectivo o inteligencia de enjambre: de interacciones simples emergen patrones útiles (3,4). Aquí, lo útil no es el azúcar inmediato, sino sostener el flujo entre nido y alimento. Primero continuidad; luego, si el dulce aporta valor real, ya se integrará en el mapa con nuevas trazas (1,2).
Exploración y explotación: el equilibrio que sostiene la vida
Cualquier sistema que deba sobrevivir equilibra dos fuerzas: explorar lo nuevo y explotar lo probado. Demasiada exploración: te pierdes. Demasiada explotación: te estancas. Las hormigas han resuelto esta tensión con una mezcla de azar, feromonas y memoria de corto recorrido (2,4). Por eso no rompen la fila ante el caramelo: un puñado tantea, sí, pero la mayoría protege la ruta que alimenta al hormiguero. Aprendieron —evolutivamente— que mantener el camino es más importante que cualquier brillo.
¿Cuánto nos ayudaría a las personas recordar este principio cuando llega la “tentación” a nuestra vereda cotidiana?
La tentación del dulce: biología humana sin moralismos
El caramelo nos llama por dos vías: sentido y cerebro. En la boca: explosioncita de azúcar, textura sedosa, la promesa breve del alivio. En el sistema nervioso: aprendizaje repetido de recompensa. No hace falta invocar mitologías de la dopamina; basta reconocer que el azúcar agrada y que la disponibilidad constante moldeó nuestros hábitos mucho más que nuestra fuerza de voluntad.
Sabemos que el exceso de azúcares libres se asocia a caries y ganancia de peso, y que recortarlos mejora marcadores cardiometabólicos, incluida la tensión arterial en ciertos contextos (5–7). La Organización Mundial de la Salud recomienda mantenerlos por debajo del 10% de la energía diaria; menos del 5% aporta beneficios adicionales (7). Y en paralelo, un informe reciente desaconseja usar edulcorantes como estrategia de control de peso a largo plazo (8). No es moral: es fisiología y evidencia.
Pero la biología no decide por nosotros. El entorno lo hace con más fuerza de la que admitimos: tamaño de raciones, disponibilidad, colocación de productos, horarios, carteles, máquinas de vending en pasillos de hospital (9,10). No somos hormigas, cierto; pero también escribimos “carreteras invisibles” con señales y contextos. A veces, nuestro mapa habla demasiado alto de prisa, ansiedad y ultraprocesados.
Tres escenas clínicas (y una decisión que se dibuja en el suelo)
Escena 1. Consulta de enfermería. Rosa, 61 años, diabetes tipo 2. “El problema no es comer, es la tarde. Llego agotada y pico dulce hasta la cena”. No discuto con su cansancio. Le propongo una jugada sencilla de intenciones de implementación (si–entonces): “Si a las 18:00 llego a casa cansada, entonces infusión caliente y un puñado de frutos secos; si sigo con antojo, media pieza de fruta” (11,12). Ajustamos compra, visibilidad en cocina y apoyo de su pareja. Un mes después, glucemias más estables, dos tardes con recaída, cero drama. El camino se mantuvo; el desvío funcionó.
Escena 2. Turno de noche en urgencias. Máquinas expendedoras brillando como faros. Un compañero hipertenso me dice: “A estas horas, o dulce o me muero”. No sermoneo. Ensayamos arquitectura de elección: que la opción saludable esté más a mano y la menos saludable requiera dos pasos más (9,10). Dejamos agua fría visible, bocadillo casero a media noche, fruta cortada por la tarde. La máquina queda como plan C, no plan A. A los quince días, el cuerpo protesta menos; la tensión, también.
Escena 3. Centro de salud. Reunión de equipo. Una de las enfermeras del equipo propone retirar la mitad de los productos azucarados de las máquinas y abaratar alternativas sencillas. No todo el mundo aplaude; hay quien ve prohibición donde solo buscamos rediseño. Traigo evidencia: cambiar entornos cambia conductas de modo más estable que apelar a la voluntad en cada gesto (9,10). Acordamos una prueba de tres meses. Las curvas de venta se mueven; el ánimo del personal, también.
En las tres escenas hay un hilo: no romper el camino que sostiene la vida cotidiana. La enfermería, cuando cuida de verdad, ayuda a escribir esos desvíos posibles sin humillar la libertad de nadie (13–15).
Hábitos: el arte lento de lo que se repite
Los hábitos se aprenden como la fila de hormigas: repetición, facilidad, señales que invitan y fricciones que disuaden. La investigación muestra que formar un hábito estable puede llevar semanas o meses; no un reto de siete días (11). La clave no es la épica, sino la consistencia amable: diseñar recordatorios visibles, facilitar la acción y mantener expectativas realistas. Las intenciones “si–entonces” aumentan la probabilidad de cumplir lo que uno decidió (12). Y cuando fallamos, conviene mirar el entorno antes que la culpa.
La buena noticia es que pequeños cambios suman de verdad. Reducir porciones, retrasar el acceso al dulce, moverlo a un estante alto, preparar alternativas sabrosas, dormir un poco mejor… Esa suma escribe otra carretera, más humanizada. No necesitamos hacer de la vida una trinchera contra el caramelo; basta con diseñar una vereda que nos lleve donde queremos.
Arquitectura del cuidado: diseñar con y para las personas
Thérèse llega a consulta y yo puedo decirle “debe usted comer mejor” o puedo acompañar a construir su mapa. Lo segundo exige conversación y respeto. La enfermería centrada en la persona no es un eslogan: es un marco de práctica que integra valores, preferencias y contexto, y a partir de ahí acuerda planes realistas (13). Jean Watson lo expresó como arte y ciencia del cuidado: una relación que protege la dignidad y la esperanza (14). Y Swanson describió procesos tan concretos como “saber”, “estar con”, “hacer por”, “posibilitar” y “mantener la fe” (15). Cambiar un hábito alimentario puede necesitar de las cinco cosas.
Por eso, cuando rediseñamos una cafetería hospitalaria o el carrito de planta, no hacemos “nutrición” a secas: hacemos cuidado. Si el entorno facilita opciones saludables y honra la diversidad cultural, la decisión de cada paciente no nace del miedo, sino del sentido. Y el resultado no es solo una analítica un poco mejor: es la experiencia de ser tratado como alguien con proyecto de vida.
“Si–entonces”, atención plena y rituales breves: un desvío practicable
Tres herramientas sencillas que se podrían proponer en consulta y que funcionan como feromonas humanas:
1. Intenciones de implementación (si–entonces). Escribir con tinta clara el desvío: “Si a media tarde siento antojo, entonces tomo yogurt natural con canela y salgo cinco minutos a caminar”; “Si voy al súper, entonces compro fruta antes de entrar en la zona de bollería” (12).
2. Atención plena breve. No es misticismo: es reconocer el antojo sin pelearse con él, observar cómo sube y baja, y elegir. Los metaanálisis muestran utilidad modesta pero real para comer más consciente y reducir atracones (16,17). Tres respiraciones lentas pueden ser suficientes para no confundir hambre con ruido emocional.
3. Ritual del después. Diseñar un final que no castre el placer, pero lo encauce: si decido tomar dulce, lo sirvo en plato pequeño, me siento, sin móvil, y paro después de la porción acordada. Quitar la culpa inútil y poner límites amables es adultizar el cuidado.
Dulce, hipertensión y vida real: sin dogmas
No todos los cuerpos responden igual al azúcar; no todos los contextos permiten las mismas elecciones. Para quien vive con diabetes, los planes nutricionales individualizados siguen siendo la base, acordados con el equipo de salud (18). Para quien convive con hipertensión, reducir sodio y ultraprocesados pesa más que perseguir la pureza alimentaria; recortar azúcares libres puede ayudar en control de peso y, en algunos perfiles, en presión arterial (6). La clave es el conjunto, no la obsesión por un ingrediente.
En la vida real hay cumpleaños, guardias, despedidas y niños que piden “solo uno más”. El cuidado maduro no convierte la comida en un campo de batalla: cultiva criterio, prepara alternativas y sabe cuándo ceder sin romper la ruta. Como las hormigas: el camino importa.
Un sentido al borde del camino
Pienso en Frankl cuando hablaba de orientar la vida hacia un “para qué” (19). No se trata de demonizar un caramelo, sino de recordar qué proyecto de persona quiero sostener. Si mi norte es jugar con mis nietos sin ahogarme al subir escaleras, si quiero llegar lúcido a los setenta, si deseo estar —de veras estar— en la vida de quien amo, entonces vale la pena escribir desvíos amables frente a los brillos.
La fila de hormigas sigue. El caramelo es un accidente en su ruta, no su destino. Quizá la sabiduría esté en eso: no dejar que lo inmediato dicte el mapa, sino velar por el camino que alimenta la casa.
Al final del día, la enfermería se parece a este pequeño prodigio: dos o tres gestos sencillos, sostenidos a lo largo del tiempo, que cambian la dirección de una vida. No hace ruido. Pero sostiene. Y eso, en tiempos de urgencia y azúcar, ya es una forma de esperanza.
La mañana huele a piedra caliente; el caramelo pierde brillo. Una hormiga, atenta, toca con las antenas el borde pegajoso y se aleja. Deja una señal mínima, casi nada. Detrás vienen otras. El camino se actualiza. La vida continúa.
Referencias
1. Czaczkes TJ, Grüter C, Jones SM, Ratnieks FLW. The use of trail pheromones for foraging decisions in ants. Curr Zool. 2015;61(2):367–77.
2. Deneubourg JL, Aron S, Goss S, Pasteels JM. The self-organizing exploratory pattern of the Argentine ant. J Insect Behav. 1990;3:159–68.
3. Camazine S, Deneubourg JL, Franks NR, Sneyd J, Theraulaz G, Bonabeau E. Self-Organization in Biological Systems. Princeton (NJ): Princeton University Press; 2001.
4. Sumpter DJT. Collective Animal Behavior. Princeton (NJ): Princeton University Press; 2010.
5. Te Morenga LA, Howatson AJ, Jones RM, Mann J. Dietary sugars and cardiometabolic risk: systematic review and meta-analyses of randomized controlled trials of the effects on blood pressure and lipids. Am J Clin Nutr. 2014;100(1):65–79.
6. Johnson RJ, Segal MS, Sautin YY, Nakagawa T, Feig DI, Kang DH, et al. Potential role of sugar (fructose) in the epidemic of hypertension, obesity and the metabolic syndrome, diabetes, kidney disease, and cardiovascular disease. Hypertension. 2007;50(2): 301–12.
7. World Health Organization. Guideline: Sugars intake for adults and children. Geneva: WHO; 2015.
8. World Health Organization. WHO guideline on non-sugar sweeteners: use to control body weight or reduce risk of noncommunicable diseases. Geneva: WHO; 2023.
9. Marteau TM, Hollands GJ, Fletcher PC. Changing human behaviour to prevent disease: the importance of environments over individual choice. BMJ. 2012;344:e188.
10. Hollands GJ, Bignardi G, Johnston M, Kelly MP, Ogilvie D, Petticrew M, et al. The TIPPME intervention typology for changing environments to change behaviour. Nat Hum Behav. 2017;1:0140.
11. Lally P, van Jaarsveld CHM, Potts HWW, Wardle J. How are habits formed: Modelling habit formation in the real world. Eur J Soc Psychol. 2010;40(6):998–1009.
12. Adriaanse MA, Vinkers CDW, De Ridder DTD, Hox JJ, De Wit JBF. Do implementation intentions help to eat a healthy diet? A systematic review and meta-analysis. Appetite. 2011;56(1):183–93.
13. McCormack B, McCance T. Person-centred Nursing: Theory and Practice. 2nd ed. Oxford: Wiley-Blackwell; 2017.
14. Watson J. Nursing: The Philosophy and Science of Caring. Rev ed. Boulder (CO): University Press of Colorado; 2008.
15. Swanson KM. Empirical development of a middle range theory of caring. Nurs Res. 1991;40(3):161–6.
16. Rogers JM, Ferrari M, Mosely K, Lang CP, Brennan L. Mindfulness-based interventions for adults who are overweight or obese: a meta-analysis of randomized controlled trials. Obes Rev. 2017;18(4): 343–53.
17. Katterman SN, Kleinman BM, Hood MM, Nackers LM, Corsica JA. Mindfulness meditation as an intervention for binge eating, emotional eating, and weight loss: a systematic review. Eat Behav. 2014;15(2):197–204.
18. Evert AB, Dennison M, Gardner CD, Garvey WT, Lau KHK, MacLeod J, et al. Nutrition Therapy for Adults With Diabetes or Prediabetes: A Consensus Report. Diabetes Care. 2019;42(5):731–54.
19. Frankl VE. El hombre en busca de sentido. Barcelona: Herder; 2015.
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