El kiosco brilla como un acuario: azul frío, cristal, un zumbido. La mujer mete el brazo y el brazalete aprieta. Un pitido, una pantalla: 155/92. “Controle el estrés. Vuelva mañana.” Afuera, Shanghái huele a castañas y lluvia metálica; adentro, la salud es una cifra que no mira a nadie. A miles de kilómetros, en un laboratorio, un robot quirúrgico traza arcos pulcros, anuda sin torpeza, recorta sin vacilación. La vesícula de un cerdo —la copia dócil del humano— se rinde a una técnica impecable. Y, sin embargo, el aire está lleno de algo que no aparece en la pantalla: el hueco donde debería estar una voz, una mano, una duda humana.
No escribo contra la técnica —sería infantil—, sino contra su intervencionismo ciego: esa colonización lenta por la que un medio se hace fin, la herramienta ocupa el centro, y el paciente se reduce a usuario, el dolor a métrica, la conversación a flujo. La medicina corre el peligro real de volverse irreprochable en lo cuantitativo e inhabitable en lo humano. Y el peligro no es futuro: ya está pasando en las ciudades que pavimentan la atención con kioscos de autoservicio (1–3) y en los quirófanos donde la autonomía robótica avanza a fuerza de demostraciones perfectas (4–7).
La promesa que desplaza
Lo sé: desahogar salas de espera, evitar trámites, democratizar accesos… suena a justicia. Las llamadas One-Minute Clinics y los kioscos de self-service en hospitales chinos ilustran esa promesa: medir tensión, oxígeno, peso, imprimir resultados, orientarte a un siguiente paso (1–3). Pero la promesa arrastra una trampa: sustituir sistemáticamente la relación por el proceso, la mirada por el tacto de vidrio, el relato por el algoritmo. Y cuando el flujo está bien hecho, nadie se atreve a discutirlo. ¿Cómo criticar lo que “funciona”? Precisamente, mirando lo que expulsa: la biografía del síntoma, la pobreza que no cabe en un QR, el miedo que no sabe dónde pulsar “aceptar”.
En nombre de la eficiencia, el kiosco interviene: se coloca entre el paciente y el profesional; decide qué se mide, qué se imprime, qué se pospone. Y, sobre todo, decide quién no entra: el anciano que no entiende los menús, la persona que no habla el idioma, quien tiembla al enfrentar a una máquina porque su dolor es, en su raíz, una soledad que pide voz humana. Si el kiosco no detecta esa grieta —y no suele—, la puerta no se abre. La tecnología, sin querer, crea una barrera moral: si no sabes usarme, no existes.
El quirófano perfecto… y deshabitado
Algo similar sucede más adentro, donde el acero y la luz son religión. La autonomía robótica progresa: sistemas entrenados con miles de vídeos que aprenden a reconocer fases quirúrgicas, a pinzar, cortar, anudar, corregirse (4,7). La noticia de 2025 fue clara: un robot ejecutó, sin manos humanas en el control, pasos complejos de una colecistectomía en tejido porcino, adaptándose a variaciones planificadas (4–6). Es un hito. Pero lo es también en el desplazamiento: cuando la máquina pasa de “asistir” a “ejecutar”, el profesional empieza a relegarse a vigilante de un proceso que ya no configura en primera persona.
Aquí el intervencionismo adopta otra forma: no es la máquina bloqueando la puerta, sino ocupando el acto clínico. No se trata de negar que, con supervisión, la automatización pueda reducir variabilidad y errores (7). Se trata de advertir qué se pierde en el camino: la responsabilidad encarnada que sostiene la confianza del paciente, la deliberación prudente en tiempo real, el temblor moral que hace humana la decisión. El robot no duda, y ahí mismo radica su límite. La medicina necesita, a veces, dudar —mirar un borde, consultar una intuición, nombrar un riesgo con palabras y no sólo con umbrales.
Eficiencia sin rostro: la ética que se ahoga en su propio éxito
El relato dominante dice: más rápido + más preciso = mejor. Pero la aritmética de la atención no es lineal. A la vez que medimos mejor, podemos cuidar peor. A la vez que operamos con más precisión, podemos abandonar más. La ética biomédica (autonomía, beneficencia, no maleficencia, justicia) nos pide mirar quién gana y quién pierde con cada “mejora” (8). Si el kiosco ahorra diez minutos por paciente, ¿a quién se regalan esos minutos? Si la autonomía robótica reduce tiempos de quirófano, ¿dónde reaparece ese tiempo: en más producción o en mejor acompañamiento pre y posoperatorio?
El intervencionismo tecnocrático suele confiscar ese excedente: el tiempo “liberado” alimenta la máquina productiva y no la presencia humana. Entonces la justicia se pervierte: la persona se transforma en throughput, el equipo sanitario en operarios de un sistema impecable donde nadie tiene culpa, pero algo se ha fracturado. El resultado es una deshumanización eficiente: todo llega, todo sale, nadie habla.
El consentimiento que no consiente
Otro síntoma del intervencionismo es el consentimiento fantasma. Firmamos pantallas sin leer, aceptamos términos por agotamiento. ¿Cómo se traduce esto en salud?
—En el kiosco: consentimiento para captura de datos, uso secundario, integración con aseguradoras o plataformas de terceros. ¿Quién explica eso, realmente?
—En la cirugía: consentimiento para módulos autónomos intraoperatorios. ¿Sabe el paciente qué pasos ejecutará la IA, bajo qué criterios se interrumpe, quién responde si hay un error atribuible al sistema?
El consentimiento informado no es un trámite: es un acto moral. Pero en un ecosistema diseñado para que nada detenga el flujo, el consentimiento se vuelve decorado: está, pero no se oye. Intervencionismo puro: la máquina impone su gramática de eficiencia; la persona firma para no quedarse fuera. Esto no es modernidad: es debilitación del sujeto.
Datos sin hogar: privacidad, sesgo y vigilancia suave
La IA quirúrgica aprende de vídeos; los kioscos alimentan lagos de datos. Es inevitable. Pero los datos de salud son intimidad concentrada. Cuando el sistema privilegia el almacenamiento masivo y la expansión de usos, la dignidad se empequeñece: el dato sustituye a la persona. ¿Dónde van esos registros? ¿Con quién se comparten? ¿Cómo se anonimiza lo que, por su propia naturaleza, reidentifica? Hablar de “ecosistemas de aprendizaje continuo” suena a ciencia; a la persona le suena —con razón— a vigilancia blanda: todo para mejorar, pero de todos (7).
Además, están los sesgos: entrenar con ciertos vídeos, ciertas anatomías, ciertos colores de tejido, ciertas herramientas, puede generar errores sistemáticos que sólo se ven cuando ya han hecho daño. La tentación: confiar en la estadística agregada. La obligación: mirar caso a caso, porque la medicina, cuando merece ese nombre, ocurre en singular.
La tiranía del resultado
Hay algo profundamente filosófico en esta deriva: cuando la técnica se separa de los fines, se emancipa de la pregunta por el bien. Podemos manipular el mundo con maestría y, sin embargo, no comprenderlo. Podemos extirpar una vesícula sin un error, y, sin embargo, no haber cuidado. Podemos medir mil signos en un kiosco, y no haber tocado lo que duele: el miedo. La tiranía del resultado consiste en creer que lo medible es lo real, y lo inmedible, superfluo. La clínica así configurada es impecable… y cruel.
Viktor Frankl se plantaría aquí: el ser humano no es un qué, es un quién. La salud sin sentido es un gimnasio de máquinas: músculos perfectos, mirada vacía (11). Y la medicina, sin amor —sin ese acto de preferencia que elige a alguien en medio del ruido—, se vuelve logística sanitaria.
El espejismo de la estandarización total
Se nos promete que la autonomía quirúrgica hará igual lo que hoy depende del mejor o peor día del cirujano (4–7). ¿Y si esa igualdad aplana la prudencia? La virtud clínica no es sólo reproducibilidad: es juicio en lo irrepetible. A veces el mejor gesto es no hacer. ¿Sabe no-hacer una máquina? Sabe detenerse por umbral, no por intuición moral. No hablo de magia; hablo de ese saber encarnado que se funda en miles de miradas, conversaciones, fracasos compartidos, cicatrices. El arte clínico no es folclore: es ética al tacto.
Epílogo para un hospital con alma
Imagina una escena. La mujer del kiosco pulsa el botón “Hablar con alguien ahora”. Al minuto, una enfermera se sienta a su lado. No hay prisa. “Cuénteme.” Se despliega entonces la clínica verdadera: el duelo por un marido, el insomnio de meses, la deuda que la asfixia. La tensión era un mensaje, no el problema; el problema era ella sola. La enfermera deriva, acompaña, promete una llamada. En otra sala, el robot espera. Antes de empezar, el equipo se toma sesenta segundos de silencio. Dicen el nombre del paciente, nombran el propósito: cuidar sin hacer daño. Si el sistema se pierde, interrumpen. Al terminar, agradecen al cuerpo. Ahí, en gestos mínimos, la técnica deja de intervenir y vuelve a su lugar: servir.
El futuro no necesita máquinas en el centro; necesita humanos en el centro, máquinas en la periferia noble. Si la tecnología quiere quedarse —y se quedará—, que aprenda a guardar silencio cuando hace falta, a dejar pasar, a sostener sin ocupar. Y que nosotros recordemos que cuidar es, primero, mirar.
Referencias
- Koh D. Ping An Good Doctor launches One-Minute Clinic at Shanghai Jiao Tong University. MobiHealthNews. 2019 Apr 11. Disponible en: https://www.mobihealthnews.com/news/asia/ping-good-doctor-launches-one-minute-clinic-shanghai-jiao-tong-university
- Koh D. Ping An Good Doctor launches commercial operation of One-minute Clinics in China. MobiHealthNews. 2019 Jan 7. Disponible en: https://www.mobihealthnews.com/news/asia/ping-good-doctor-launches-commercial-operation-one-minute-clinics-china
- Lovett L. Ping An Good Doctor showcases AI-powered, unstaffed clinics. MobiHealthNews. 2018 Nov 29. Disponible en: https://www.mobihealthnews.com/news/asia/ping-good-doctor-showcases-ai-powered-unstaffed-clinics
- Rosen J. System trained on videos of surgeries performs like an expert surgeon. JHU Hub. 2025 Jul 9. Disponible en: https://hub.jhu.edu/2025/07/09/robot-performs-first-realistic-surgery-without-human-help/
- Choudhury K. Experimental surgical robot performs gallbladder procedure autonomously. Reuters. 2025 Jul 9. Disponible en: https://www.reuters.com/business/healthcare-pharmaceuticals/experimental-surgical-robot-performs-gallbladder-procedure-autonomously-2025-07-09/
- Devlin H. Robot surgery on humans could be trialled within decade after success on pig organs. The Guardian. 2025 Jul 9. Disponible en: https://www.theguardian.com/science/2025/jul/09/robot-surgery-on-humans-could-be-trialled-within-decade-after-success-on-pig-organs
- Knudsen JE, Sankaranarayanan G, Khan N, et al. Clinical applications of artificial intelligence in robotic surgery. Ann Laparosc Endosc Surg. 2024;9:XX. Disponible en: https://pmc.ncbi.nlm.nih.gov/articles/PMC10907451/
- Beauchamp TL, Childress JF. Principles of Biomedical Ethics. 8th ed. New York: Oxford University Press; 2019.
- Travelbee J. Interpersonal Aspects of Nursing. Philadelphia: F.A. Davis; 1971.
- Watson J. Nursing: The Philosophy and Science of Caring. Boulder: University Press of Colorado; 2008.
- Frankl VE. El hombre en busca de sentido. Barcelona: Herder; 2015.
Descubre más desde Blog de Salud y Pensamiento
Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.
Deja una respuesta