Hace unos días me topé con un vídeo en Instagram en el que se mencionaba al Dr. Garayev, presentado como un investigador nominado al Premio Nobel, supuestamente descubridor del llamado “ADN fantasma”. En el vídeo se afirmaba que este científico había demostrado que el ADN humano contiene no solo la información biológica, sino también un “propósito de vida familiar” y un “propósito de vida colectivo”.
La afirmación es llamativa. Seduce porque responde a una de las preguntas más hondas que podemos hacernos: ¿nacemos con un destino ya escrito? Pero antes de lanzarnos a abrazar esta idea, conviene detenernos un instante, tomar aire y mirar con espíritu crítico.
La ciencia y sus límites
El ADN es, desde la biología, el manual de instrucciones de la vida. Son cadenas de nucleótidos que contienen la información necesaria para el desarrollo, funcionamiento y reproducción de los organismos vivos (1). Gracias a la genética, sabemos que en esos códigos se determina el color de los ojos, la susceptibilidad a ciertas enfermedades, la capacidad de metabolizar nutrientes o la predisposición a ciertos rasgos de personalidad ligados a procesos neurobiológicos (2).
Lo que no dice la ciencia es que el ADN contenga un propósito existencial. No existe ninguna evidencia científica revisada por pares que demuestre que en las moléculas está inscrito el destino, la misión espiritual o la historia colectiva de una persona. De hecho, el llamado “ADN fantasma” y las teorías del Dr. Garayev se sitúan más en el terreno de la pseudociencia que de la investigación validada (3).
El síndrome del miembro fantasma: realidad neurológica
El vídeo confundía también el “ADN fantasma” con el síndrome del miembro fantasma, un fenómeno ampliamente documentado en neurociencia. Este síndrome describe cómo personas amputadas continúan sintiendo la presencia del miembro perdido, a veces con dolor o sensaciones táctiles. La explicación es neurológica: el cerebro mantiene mapas somatosensoriales que no desaparecen con la amputación, lo que genera la ilusión perceptiva (4).
Es decir, no hablamos de genética, sino de plasticidad cerebral. Un fenómeno real, sí, pero muy diferente a la idea de un “ADN con propósito”.
La metáfora del propósito inscrito
Ahora bien, si salimos del terreno científico estricto y entramos en el simbólico, la imagen de un ADN que guarda propósitos no deja de ser sugerente. Porque aunque el código genético no dicte destinos, lo cierto es que nacemos con una herencia: biológica, cultural, familiar e histórica.
El filósofo y psiquiatra Viktor Frankl sostenía que el sentido de la vida no se nos da inscrito en las células, sino que lo descubrimos al enfrentarnos a la existencia. No hay propósito universal predeterminado, pero sí una responsabilidad ineludible: responder a la vida (5). Cada uno debe descubrir, en medio del dolor y la alegría, cuál es su tarea concreta, irrepetible.
Y, sin embargo, no empezamos de cero. Heredamos relatos familiares, valores colectivos, cicatrices históricas. Como si cada uno llevara dentro, además de su carga genética, una memoria invisible que no dicta el futuro, pero sí condiciona el punto de partida. Quizá por eso resulta tan potente la metáfora del ADN con propósito: porque recuerda que no estamos solos ni somos islas, sino seres tejidos en red.
Entre lo dado y lo elegido
La vida se juega siempre en una frontera. De un lado, lo que recibimos sin haberlo pedido: un cuerpo con sus límites, una familia con sus relatos, una cultura con sus luces y sus sombras. Del otro, la posibilidad de responder, de rebelarnos o abrazar, de transformar lo heredado en algo nuevo.
La biología nos recuerda con humildad que no somos dueños absolutos: llevamos dentro un código que marca predisposiciones, riesgos, fragilidades. Pero reducirnos a ese código sería una renuncia: el ser humano no es un simple producto genético, sino un proyecto abierto.
La pregunta, entonces, no es si todo está escrito o si todo es libertad, sino cómo habitamos esa tensión. ¿Qué hacemos con lo que nos precede? ¿Cómo convertimos lo inevitable en camino, lo recibido en respuesta?
Quizá el verdadero misterio de existir resida en aceptar que no hay garantías ni destinos prefijados, solo la posibilidad de dotar de sentido lo que ocurre. Ni la genética dicta un propósito, ni el azar nos condena al sinsentido. En el espacio que se abre entre lo dado y lo elegido es donde se juega nuestra dignidad: ahí donde cada decisión, incluso la más pequeña, puede convertirse en acto de creación.
Y tal vez la tarea más radical sea esta: atreverse a no buscar en el ADN un mandato oculto, sino en la propia conciencia la valentía de decidir quién queremos ser.
Bibliografía
- Watson JD, Crick FHC. Molecular structure of nucleic acids; a structure for deoxyribose nucleic acid. Nature. 1953;171(4356):737–8.
- Plomin R, DeFries JC, Knopik VS, Neiderhiser JM. Behavioral Genetics. 7th ed. New York: Worth Publishers; 2016.
- Pigliucci M, Boudry M. Philosophy of Pseudoscience: Reconsidering the Demarcation Problem. Chicago: University of Chicago Press; 2013.
- Flor H, Nikolajsen L, Staehelin Jensen T. Phantom limb pain: A case of maladaptive CNS plasticity? Nat Rev Neurosci. 2006;7(11):873–81.
- Frankl VE. El hombre en busca de sentido. Barcelona: Herder; 2015.
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