Hoy en día es inevitable preguntarse si leer en una pantalla es tan efectivo como leer a la antigua usanza en papel. Rodeados de pantallas en el trabajo y el ocio, nuestra forma de leer ha cambiado drásticamente. Pero ¿qué implica esto para nuestro cerebro y nuestra capacidad de comprensión? Diversos estudios científicos recientes han investigado esta cuestión, y sus hallazgos ponen al papel por delante de la pantalla en varios aspectos clave. A continuación, exploramos lo que dice la ciencia sobre cómo difiere la lectura en papel versus en pantallas, qué ocurre en nuestro cerebro en cada caso, y por qué fomentar la lectura “analógica” puede ser un acierto para tu mente.

El papel gana en comprensión

Numerosas investigaciones sugieren que comprendemos y recordamos mejor lo que leemos en papel que en pantalla. De hecho, metaanálisis han concluido que la lectura en soportes digitales suele dar peores resultados de comprensión lectora que la lectura en papel, particularmente cuando se trata de textos con mucha información densa o de carácter expositivo [1]. Por ejemplo, un metaanálisis de 2018 que abarcó 54 estudios con más de 170.000 participantes encontró que el formato impreso superaba al digital en comprensión, con una ventaja pequeña pero consistente a favor del papel [1]. Esta ventaja del papel se hizo más marcada en ciertas condiciones: si el texto era no ficción (por ejemplo, un libro de texto o artículo informativo) o si la lectura era bajo límite de tiempo (como en un examen), el rendimiento en papel fue significativamente mejor que en pantalla [1].

Curiosamente, esta diferencia no parece deberse a la falta de costumbre de la tecnología. Es decir, no desaparece con las nuevas generaciones “nativas digitales”. Los investigadores observaron que los lectores jóvenes habituados a pantallas tampoco comprenden mejor que los mayores en digital, e incluso han detectado una paradoja: en estudios recientes (a partir de 2014-2015) se vio que cuanto más leían en formato digital ciertos estudiantes, peor era su comprensión lectora [2]. En cambio, con la lectura en papel sucede lo contrario: típicamente, a mayor práctica lectora en papel, mejor comprensión [2]. Esto sugiere que el efecto no depende simplemente de la familiaridad con la tecnología, sino de diferencias inherentes en cómo procesamos la información según el formato.

¿Significa esto que nunca deberíamos leer en pantallas? No necesariamente. La ventaja del papel parece concentrarse en textos complejos y formativos. Para textos narrativos o de entretenimiento, como novelas de ficción, las diferencias se reducen. De hecho, algunos estudios no encuentran brechas de comprensión entre leer una novela en un e-reader (tipo Kindle) y leerla en papel [3]. Las historias de ficción pueden ser igual de disfrutables en digital, y la comprensión de una novela no se ve tan afectada por el medio. Los científicos piensan que esto se debe a que las novelas nos atrapan con un lenguaje más cercano a la experiencia cotidiana y requieren menos relectura o análisis que un texto técnico [3]. En resumen: si vas a estudiar o a leer algo denso, el papel te dará una ligera ventaja; si vas a relajarte con una novela, el formato puede ser el que más te acomode.

¿Por qué cuesta más en la pantalla? – Atención superficial y distracciones

Si leer en digital efectivamente resulta menos eficaz para retener información, ¿cuáles son las causas? Los expertos apuntan a varios factores vinculados con la naturaleza de las pantallas y nuestros hábitos digitales:

  • Exigencia visual y fatiga: Algunos investigadores apuntan también a factores fisiológicos. El brillo y el parpadeo de las pantallas puede cansar más la vista y el cerebro que la luz reflejada del papel [6]. Después de horas leyendo en un monitor retroiluminado, es común sentir fatiga ocular o dolor de cabeza, lo que podría mermar la concentración. Por otro lado, el texto digital (sobre todo en móviles) suele presentarse en columnas estrechas, con desplazamiento continuo, lo que quizá nos lleve a leer más rápido de lo recomendable. En un repaso de estudios, investigadores de la Universidad de Maryland sugerían que mucha gente “lee demasiado deprisa en las pantallas”, subestimando la dificultad del texto [6]. Al creer (erróneamente) que entenderán igual de bien leyendo rápido en digital, los lectores en pantalla suelen sobreestimar su rendimiento – piensan que comprendieron más de lo que en realidad asimilaron [6]. Esta exceso de confianza en la lectura digital puede hacer que bajemos la guardia y dediquemos menos esfuerzo mental, perjudicando la comprensión final [6].
  • Modo de lectura superficial: Cuando leemos en pantallas, tendemos a adoptar un estilo de lectura distinto al de un libro impreso. Internet y los dispositivos móviles nos han acostumbrado a escanear rápidamente información y saltar de un contenido a otro, en lugar de leer de forma profunda y lineal. Como señala el profesor Salmerón, “en nuestra interacción con las pantallas, tendemos a adoptar un modo de procesamiento que favorece más la inmediatez y el llegar a mucho contenido, más que la elaboración en profundidad de cierta información” [2]. Dicho de otra forma, frente a una pantalla estamos predispuestos a leer por encima (hacer scroll, skimming) y buscar lo rápido y breve. Esta mentalidad atenta contra la comprensión de textos largos y complejos, que requieren pausa y reflexión.
  • Distracciones integradas: Las pantallas electrónicas vienen acompañadas de un ecosistema de distracciones. Mientras lees en un dispositivo es frecuente que te interrumpan notificaciones, alertas, mensajes o la tentación de cambiar de app/pestaña. Incluso en ausencia de notificaciones, el propio entorno digital ofrece enlaces clicables, anuncios animados, vídeos sugeridos y demás estímulos competidores. Nuestro cerebro es muy vulnerable a estas interrupciones: la ciencia ha demostrado que la supuesta “multitarea” es en gran parte un mito, y que cambiar la atención de una tarea a otra con frecuencia degrada nuestro rendimiento en ambas [2,4]. En un libro físico, por el contrario, no hay pop-ups ni notificaciones: es más fácil mantener la concentración sostenida.
  • Menos referencias espaciales y sensoriales: Cuando estudiamos con un texto impreso, inconscientemente aprovechamos pistas espaciales y físicas (¿en qué página o esquina del libro estaba tal dato? ¿cuánto quedaba para terminar el capítulo? incluso el olor o tacto del papel). Estas referencias ayudan a construir un “mapa mental” del contenido y pueden servir de anclaje para la memoria. En cambio, en un PDF o e-book todas las páginas se parecen, y la información aparece en una “pantalla plana” uniforme, diluyéndose esas pistas útiles [2,5]. Muchos lectores recuerdan mejor algo leído en papel en parte porque pueden visualizar dónde lo vieron en la página o porque el acto de subrayar físicamente fija más la información.

Leer ejercita el cerebro

Más allá de la comprensión inmediata, la lectura tiene un impacto profundo en nuestro cerebro y habilidades cognitivas. Cada vez hay más evidencias de que leer de forma regular beneficia el funcionamiento cerebral a corto y largo plazo. Por ejemplo, estudios de neuroimagen muestran que leer “enciende” múltiples regiones clave del cerebro. Al leer un texto en voz alta o con atención sostenida, se observa mayor activación en la corteza prefrontal (implicada en el control de la conducta y las funciones ejecutivas), en el lóbulo temporal (donde se ubica el hipocampo, fundamental para la memoria) y también en áreas parietales (relacionadas con el enfoque de la atención) [7]. En un experimento, un grupo de investigadores midió la actividad cerebral de participantes mientras leían oraciones complejas, encontrando un aumento claro de la respuesta neuronal en regiones frontales y temporales en comparación con una tarea de control sin significado [7]. Esto confirma que la lectura, especialmente de contenido elaborado, supone un verdadero “entrenamiento mental”, ya que pone a trabajar redes neuronales de alto nivel (lenguaje, memoria semántica, concentración, etc.).

No todas las actividades estimulan el cerebro de la misma forma. Un contraste interesante surge al comparar la lectura con otro pasatiempo común: los videojuegos. Seguramente los videojuegos también activan el cerebro (y de hecho pueden mejorar ciertas habilidades visuales y reflejos). Pero su perfil de activación es muy distinto al de la lectura. Investigaciones con resonancia magnética funcional han revelado que los juegos de acción rápidos provocan un patrón peculiar en el cerebro: elevan la actividad en regiones vinculadas a la recompensa, la emoción y la alerta, pero reducen la activación de zonas frontales encargadas de la autorregulación [8]. Por ejemplo, en un estudio con adolescentes, tras solo 30 minutos jugando a un videojuego violento se observó una disminución en la actividad de la corteza prefrontal, área crucial para el control ejecutivo y la toma de decisiones racionales [8]. A la vez, apenas 10 minutos de juego bastaron para intensificar la activación en regiones cerebrales asociadas a la excitación, la ansiedad y las emociones fuertes, mientras las áreas frontales (las que nos ayudan a “frenarnos” y reflexionar) se silenciaban [8].

Este contraste no significa que “leer sea bueno y jugar sea malo” de forma absoluta (los videojuegos también tienen beneficios cognitivos en ciertas dimensiones, y leer en exceso sin otras actividades tampoco es equilibrado). Sin embargo, desde la perspectiva de ejercicio mental integral, la lectura ofrece un tipo de estimulación muy valiosa. Leer nos obliga a usar la memoria (recordar tramas, conectar conceptos), la atención sostenida, la imaginación y la empatía (ponernos en la piel de personajes) – todo lo cual fortalece las redes neuronales correspondientes. De hecho, un estudio de la Universidad de Emory mostró que sumergirse en una novela produce mejoras medibles en la conectividad del cerebro, efectos que perduran días después de haber terminado el libro [9]. Los participantes que leyeron ficción presentaron aumentos de conexión entre regiones cerebrales, lo que indica que su cerebro quedó “ejercitado” y quizás más preparado para funciones cognitivas complejas [9]. Además, leer literatura ha sido asociado a una mayor capacidad de empatía y teoría de la mente (entender las motivaciones y emociones de otros) [9]. En suma, la lectura actúa como un gimnasio mental bastante completo, desarrollando habilidades que van desde la concentración hasta la inteligencia emocional.

Consejos para disfrutar de la lectura (y mejorar tu concentración)

Después de conocer todo esto, quizás te animes a retomar la lectura en papel o a sacarle más partido a tus sesiones de lectura. Aquí van algunos tips respaldados por expertos para crear el ambiente óptimo y maximizar los beneficios cerebrales de leer:

  • Elige un libro que te apasione: Busca un tema o historia que realmente despierte tu interés. Es más fácil concentrarse cuando la lectura te engancha. No tiene nada de malo empezar por lecturas ligeras o de tu género favorito – lo importante es generar el hábito y el gusto por leer. Un lector motivado retiene mucho más que uno obligado.
  • Crea un espacio libre de distracciones: Si es posible, dedica un lugar y un momento específico del día para leer con tranquilidad. Siéntate cómodo, con buena iluminación, y aparta el móvil, tableta o cualquier tentación digital mientras lees. Cada notificación que evites es minutos de atención continua que ganas. Puedes incluso poner el teléfono en modo avión o en otra habitación durante tu “hora de lectura”.
  • Haz de la lectura un ritual diario: Intenta incorporar aunque sea 15-30 minutos de lectura al día en tu rutina (antes de dormir, por la mañana con el café, en el transporte público, etc.). La clave es la constancia. Con el tiempo, tu cerebro se acostumbrará y empezarás a entrar en modo lectura más rápido y profundizar más fácil en los textos.
  • Practica la lectura activa: Si estás estudiando o quieres recordar bien lo leído, interactúa con el texto. Subraya ideas clave, haz anotaciones al margen o en un cuaderno, resume mentalmente cada sección, o hazte preguntas sobre lo que acabas de leer. Esto mantiene tu cerebro enganchado y mejora la retención. En papel esto es muy natural (¡usa esos resaltadores!), pero también puedes aplicarlo en digital con herramientas de anotación.
  • Ve aumentando tu capacidad de concentración gradualmente: Si llevas tiempo sin leer textos largos, es normal que al principio te cueste mantener la atención muchos minutos. No te frustres; la concentración es una habilidad que se entrena. Empieza con sesiones cortas (por ejemplo, 10 minutos sin parar, luego descansa) e intenta extender poco a poco el tiempo de lectura continua cada día. Verás que, con paciencia, en pocas semanas podrás sumergirte durante una hora o más en un buen libro sin que tu mente divague tanto. Es como correr: hay que ir aumentando la resistencia de a poco.

Para concluir…

En un mundo saturado de pantallas y estímulos veloces, volver al libro físico puede sentirse casi como un acto de rebeldía (o de autocuidado). La ciencia respalda esa intuición de muchos amantes de los libros: leer en papel suele permitirnos profundizar más, entender mejor y recordar por más tiempo lo que leemos [1,2,3]. Además, es una actividad que pone a trabajar a nuestro cerebro de forma rica y equilibrada, activando circuitos de atención, memoria y lenguaje que otras tareas digitales dejan inactivos [7,8,9].

Referencias:

  1. Delgado P, Vargas C, Ackerman R, Salmerón L. Don’t throw away your printed books: A meta-analysis on the effects of reading media on reading comprehension. Educ Res Rev. 2018;25:23–38.
  2. Salmerón L, et al. Lectura digital vs. en papel: qué dice la evidencia. 2022.
  3. Clinton V. Reading from paper compared to screens: A systematic review and meta-analysis. J Res Read. 2019.
  4. Ophir E, Nass C, Wagner AD. Cognitive control in media multitaskers. Proc Natl Acad Sci USA. 2009;106(37):15583–7.
  5. Mangen A, Walgermo BR, Brønnick K. Reading linear texts on paper versus computer screen: Effects on reading comprehension. Int J Educ Res. 2013;58:61–8.
  6. Singer LM, Alexander PA. Reading across mediums: Effects of reading digital and print texts on comprehension and calibration. J Exp Educ. 2017;85(1):155–72.
  7. Čeko M, Fridriksson J, Smith KG, Rorden C, Yourganov G. Cortical cognitive processing during reading captured using fNIRS. Sci Rep. 2024;14:19483.
  8. Mathews VP, Kronenberger WG, Wang Y, et al. Media violence exposure and frontal lobe activation measured by fMRI in aggressive and nonaggressive adolescents. J Comput Assist Tomogr. 2005;29(3):287–92.
  9. Berns GS, Blaine K, Prietula MJ, Pye BE. Short- and long-term effects of a novel on connectivity in the brain. Brain Connect. 2013;3(6):590–600.

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