Hay una escena breve y luminosa que sirve de punto de partida. En un taller con niños, se les invitó a “sentirse creadores de su propia realidad”. Uno de ellos levantó la mano: “yo ya estoy”. Su hoja estaba en blanco. Arriba había escrito: “vacío eterno”. Y añadió: “desde aquí puedo crear todo”. Ese gesto —hoja blanca y “vacío eterno”— condensó para el adulto que lo presenció una intuición poderosa: el no-miedo de quien se sabe capaz de crear desde la nada, frente a lo que muchos consideran el mayor temor: el vacío, la inexistencia; un miedo aún más hondo que el miedo a morir, porque apunta a que no haya nada después ni siquiera un sentido que nos sostenga [1].
Del miedo a morir al miedo al no-ser
La tradición existencial distingue entre miedo (a “algo” concreto) y angustia (la experiencia abierta de que no hay nada que nos garantice un suelo firme). Para Heidegger, la angustia desvela “la nada”, ese trasfondo donde se revela nuestra finitud y libertad; en su célebre conferencia ¿Qué es metafísica? lo formula provocativamente: “la nada nadea” [2].
En Ser y tiempo se precisa aún más: la angustia no es patológica; es una apertura que nos sitúa frente a la posibilidad —incluida la propia muerte— y nos llama a una vida más auténtica [3].
Sartre radicaliza la idea: la nada no es sólo lo que tememos, sino una dimensión que constituye la conciencia (ser-para-sí) y nos confronta con la libertad [4]. Kierkegaard ya había descrito la “angustia como vértigo de la libertad”: la náusea ante el abanico de posibilidades sin garantías previas [5]. Y Camus, en El mito de Sísifo, sostiene que la cuestión radical no es teórica sino vital: el absurdo —esa fractura entre nuestra sed de sentido y el silencio del mundo— nos tienta al nihilismo, pero reclama una rebelión lúcida: vivir y crear a pesar del vacío [6].
Psicología del vacío: muerte, sentido y defensa cultural
En psicología contemporánea, Ernest Becker propuso que gran parte de la conducta humana se explica por la negación de la muerte: construimos sistemas de significado para protegernos del pavor a la aniquilación [7].
A partir de Becker, la Terror Management Theory (TMT) mostró experimentalmente que recordar nuestra mortalidad (mortality salience) aumenta la defensa de los propios valores y el apego a cosmovisiones que prometen inmortalidad literal o simbólica [8,9].
Desde la clínica existencial, Irvin Yalom describe la ansiedad ante la muerte como un sustrato de miedos más cotidianos, y propone abordarla de frente para que, paradójicamente, amplíe la vida en vez de reducirla [10,11].
Y Viktor Frankl ofrece una vuelta decisiva: más que terror a la nada “metafísica”, muchos sufren el “vacío existencial” —la falta de sentido— que se manifiesta en apatía, aburrimiento o dependencia. Su respuesta no es negar el vacío, sino llenarlo de propósito (“logoterapia”): valores, tareas y amor concretos que nos orienten en la finitud [12].
¿Y si el vacío no fuera enemigo? Budismo y Taoísmo
Las tradiciones asiáticas reelaboran el vacío de forma no nihilista. En la filosofía de Nāgārjuna, śūnyatā (“vacío”) no significa que nada exista, sino que nada existe por sí mismo: todo es co-dependiente. Comprenderlo libera del apego y del miedo —porque lo que tememos perder nunca fue un yo aislado y autosuficiente— y permite una compasión más amplia [13,14].
El Daoísmo enseña la utilidad de lo vacío: “Treinta radios convergen en el cubo de la rueda; en su vacío reside su utilidad”. El hueco es lo que hace posible la rueda, la vasija o la casa. Así, el vacío no es ausencia estéril, sino espacio de posibilidad [15].
Objeciones clásicas: ¿y si no hay nada que temer?
Para Epicuro, temer a la no-existencia carece de sentido: “La muerte nada es para nosotros; mientras estamos, la muerte no está, y cuando la muerte llega, ya no estamos” [16]. Esta terapia filosófica disuelve el miedo recordando que no habrá un sujeto que “sufra” su propia ausencia. Lucrecio reforzó el argumento con su simetría: tampoco nos angustiaba la nada antes de nacer [17].
Entonces… ¿cuál es el mayor miedo?
Si juntamos estas miradas, el “mayor miedo” no es simplemente morir, sino carecer de suelo: enfrentarnos al no-ser (la nada), o a su versión psicológica, el no-sentido. Ese miedo se expresa de muchas formas —ansiedad, necesidad de control, fanatismos, adicciones—, y también puede transmutarse. La clave no es abolirlo, sino usarlo como frontera fértil:
- Nombrarlo: hablar de la finitud y del vacío baja el volumen del pánico y abre a la elección consciente [10].
- Raíces de sentido (Frankl): compromisos concretos (personas, causas, obras) que “llenan” el vacío con dirección [12].
- Práctica contemplativa (Nāgārjuna): entrenar la mirada de la interdependencia para aflojar el narcisismo del yo temeroso [13].
- Creatividad (Camus, Dao): responder con acción y creación incluso cuando el mundo no “garantiza” sentido previo. La hoja en blanco es amenaza y territorio de juego [6,15].
La imagen del niño con su “vacío eterno” nos recuerda algo crucial: el vacío puede ser pavor o potencia. Entre ambas lecturas se abre la libertad humana. Tal vez el mayor miedo sea precisamente ese: que nadie nos sustituye a la hora de decidir qué escribir en la hoja. Y, sin embargo, ahí mismo empieza nuestra tarea.
Mi mirada
Si algo he aprendido —en mi vida y en la práctica del cuidar— es que el miedo más profundo no es a “dejar de respirar”, sino a no saber para qué respirar. El vacío nos asusta porque desvela la intemperie: no hay manual, no hay garantías, no hay red. Pero también nos ofrece lo más humano que tenemos: la posibilidad de responder. Cuando miro de frente ese vacío, descubro que no me está llamando a la derrota, sino a la responsabilidad: a escribir, hoy, la línea que me toca.
La escena del niño con la hoja en blanco me acompaña porque desmonta la caricatura de la nada como pura oscuridad. Ese “vacío eterno” era también espacio de creación. El “no-miedo” del niño no nace de la negación de la finitud, sino de reconocer que, precisamente porque nada está escrito, algo puede ser escrito. En esa tensión entre vulnerabilidad y posibilidad se juega, para mí, lo esencial de la existencia.
Como enfermero, he visto que cuando aparecen el diagnóstico incierto, el dolor, la despedida, emerge siempre la pregunta por el sentido. Y he comprobado que no se resuelve con frases hechas ni con una anestesia emocional. Se acompaña con presencia, escucha y una invitación humilde: ¿qué sigue teniendo valor para ti, aquí y ahora? Cuando alguien logra nombrar un “para qué” —aunque sea pequeño, aunque sea provisional—, el miedo cambia de forma. No desaparece, pero deja de gobernar.
Mi espiritualidad —que no es un sistema de respuestas, sino una forma de atención— me enseña a habitar el hueco sin prisa por rellenarlo. El silencio, la respiración consciente, la gratitud concreta por las personas y las tareas, no son “parches” contra la angustia: son prácticas de arraigo. Me recuerdan que el yo no es una fortaleza aislada, sino una trama de vínculos. Y que muchas veces el sentido no se “encuentra” en abstracto; se construye en el acto de cuidar, de crear, de perdonar, de comprometerse con alguien o con algo más grande que uno mismo.
También creo que la cultura nos ofrece atajos para domesticar el vacío: consumo, ruido, hiperactividad, ideologías que prometen certezas inmediatas. Los entiendo —yo mismo he buscado refugio en ellos—, pero sé que a la larga nos empobrecen. Prefiero el camino más arduo y más fecundo: mirar la finitud sin disfraz, aceptar mis límites, reírme un poco de mi pretensión de control, y elegir. Elegir a quién amar hoy, a quién servir hoy, qué obra empezar hoy, aunque sea mínima. Eso, al final, es libertad en serio.
Si tuviera que decirlo en una frase, diría que el mayor miedo del ser humano es que nadie pueda vivir por él su propia vida. Y que la respuesta más digna a ese miedo es vivirla: con conciencia, con ternura, con rigor, con arte. Cada mañana hay una hoja en blanco que nos provoca y nos exige. No sé qué habrá después —no tengo asegurada ninguna certeza—, pero sí sé qué puedo poner ahora en mi página: un gesto de cuidado, una palabra verdadera, un trabajo bien hecho, una belleza compartida.
Al final, el vacío no es el enemigo. El enemigo es olvidar que, aun en medio de él, somos capaces de sentido. Y esa capacidad —frágil y poderosa— es exactamente lo que nos hace humanos. Por eso, cuando el miedo me visite, procuraré recibirlo como quien recibe a un mensajero: “gracias por avisar del precipicio”. Luego miraré el borde, respiraré, y escribiré la próxima línea. Hoy. Aquí. Con quien tengo delante.
Referencias
- YouTube. What is the greatest fear of humankind? . 2025 [citado 11 ago 2025]. Disponible en: https://www.youtube.com/shorts/O0Bwu2_SyXo
- Heidegger M. What Is Metaphysics? En: Krell DF, editor. Basic Writings. Rev y amp ed. New York: HarperCollins; 1993. p. 89–110.
- Heidegger M. Being and Time. Macquarrie J, Robinson E, trads. New York: Harper & Row; 1962.
- Sartre J-P. Being and Nothingness: An Essay on Phenomenological Ontology. Barnes HE, trad. New York: Philosophical Library; 1956.
- Kierkegaard S. The Concept of Anxiety. Thomte R, Anderson A, eds. Princeton: Princeton University Press; 1980.
- Camus A. The Myth of Sisyphus and Other Essays. O’Brien J, trad. New York: Vintage Books; 1991.
- Becker E. The Denial of Death. New York: Free Press; 1973.
- Rosenblatt A, Greenberg J, Solomon S, Pyszczynski T, Lyon D. Evidence for terror management theory: I. The effects of mortality salience on reactions to those who violate or uphold cultural values. J Pers Soc Psychol. 1989;57(4):681-690. doi:10.1037/0022-3514.57.4.681.
- Solomon S, Greenberg J, Pyszczynski T. The Worm at the Core: On the Role of Death in Life. New York: Random House; 2015.
- Yalom ID. Staring at the Sun: Overcoming the Terror of Death. San Francisco: Jossey-Bass; 2008.
- Yalom ID. Existential Psychotherapy. New York: Basic Books; 1980.
- Frankl VE. El hombre en busca de sentido. Boston: Beacon Press; 2006.
- Nāgārjuna. The Fundamental Wisdom of the Middle Way: Nāgārjuna’s Mūlamadhyamakakārikā. Garfield JL, trad y com. New York: Oxford University Press; 1995.
- Nishitani K. Religion and Nothingness. Van Bragt J, trad. Berkeley: University of California Press; 1982.
- Laozi. Tao Te Ching. Lau DC, trad. London: Penguin Classics; 1963. cap. 11.
- Epicurus. Letter to Menoeceus. En: Inwood B, Gerson L, eds. The Epicurus Reader. Indianapolis: Hackett; 1994.
- Lucretius. On the Nature of Things. Bailey C, trad. Cambridge (MA): Harvard University Press (Loeb Classical Library); 1924. lib. III.
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