Hay un rumor sordo que atraviesa nuestros días. No es el sonido metálico de las máquinas ni el murmullo constante de los monitores; es algo más hondo, un murmullo que nos recuerda que, en medio del ruido, todavía somos seres arrojados al mundo, expuestos a la fragilidad, necesitados de cuidado. En esa encrucijada entre lo técnico y lo humano, la enfermería se convierte en un arte de la presencia. Y allí, como un faro filosófico, aparece Martin Heidegger, con sus palabras densas y a veces ásperas, pero profundamente humanas, invitándonos a pensar el cuidado no como un hacer mecánico, sino como un modo de ser.


El ser-en-el-mundo: una apertura a la existencia

Heidegger nos enseñó que no somos cosas sueltas flotando en el vacío. No somos engranajes aislados en un engranaje mayor. Somos Dasein, ser-en-el-mundo. Y ese mundo no es una suma de objetos, sino un tejido de significados, afectos y preocupaciones en el que nos hallamos ya inmersos desde el inicio (1).

El enfermero, cuando entra en la habitación, no entra en un espacio neutro: entra en un universo que ya está lleno de historias, de silencios y de gestos apenas perceptibles. Cada habitación de hospital respira algo más que aire reciclado; respira la densidad de una existencia que se sabe vulnerable. El olor del desinfectante se mezcla con el de una piel cansada, y en ese contraste late lo que Heidegger llamaría “la facticidad del ser”: estamos siempre arrojados a un contexto, a un mundo que no elegimos, pero en el que debemos habitar.

El paciente no es, entonces, “un caso”, ni una cifra en una estadística. Es alguien que se encuentra arrojado a la enfermedad como a un abismo inesperado, un acontecimiento que trastoca no solo el cuerpo, sino toda la estructura del mundo vivido (2).


Cuidado como Sorge: más que un hacer, un estar

Heidegger utilizó la palabra Sorge, traducida como cuidado o preocupación, para describir la estructura fundamental del ser humano (1). No somos indiferentes al mundo: estamos siempre ya implicados, ya afectados. El cuidado no es algo que añadimos después, sino la forma básica de nuestra relación con la realidad.

Para la enfermería, esta idea es revolucionaria. Cuidar no se reduce a un gesto técnico —aunque lo incluye—, sino que se enraíza en una disposición existencial. El cuidado, en su hondura, es un “estar-con”. Un modo de abrirse al otro, de permitir que su vulnerabilidad nos toque.

El tiempo de enfermería, que a veces parece correr como arena entre los dedos, solo se expande cuando reconocemos que estar presente junto al otro es ya cuidar. Heidegger nos recuerda que ese estar no es secundario: es la manera misma en que el ser humano habita el mundo. Y cuando cuidamos desde ahí, la enfermería deja de ser una función y se vuelve una forma de ser.


Entre lo auténtico y lo inauténtico

Heidegger distingue dos maneras de vivir: de forma auténtica o inauténtica (1). La existencia inauténtica es la que se pierde en la rutina, en el anonimato del “se dice”, en esa voz impersonal que dicta lo que se hace, lo que se espera, lo que se repite. La vida auténtica, en cambio, es aquella en la que asumimos nuestra propia finitud, donde no huimos de nuestra vulnerabilidad, sino que la enfrentamos con decisión.

En la enfermería, esta distinción se vuelve luminosa. Ser auténtico no significa ejecutar a la perfección cada técnica, sino estar presente, sin esconderse tras la coraza de lo automático. El enfermero auténtico no teme mirar al paciente a los ojos, aunque en esa mirada se refleje el dolor o la angustia. No corre a refugiarse en el “protocolo” como si este fuese un escudo frente a lo humano.

Hay algo profundamente liberador en esto. Porque cuando reconocemos la posibilidad de vivir y cuidar de manera auténtica, dejamos de ser esclavos del “se hace así” y nos abrimos a un cuidado más humano, donde cada gesto adquiere densidad existencial.


La muerte como horizonte del cuidado

En Ser y tiempo, Heidegger afirma que la muerte no es solo el final biológico de la vida, sino la posibilidad más propia del ser. Es la certeza que, asumida, nos otorga autenticidad (1). Vivir de cara a la muerte no es morbidez, es conciencia. Es despertar a la urgencia de la existencia.

En el mundo del cuidado, la muerte es una presencia inevitable. A veces se intenta silenciar con eufemismos, con técnicas que prolongan el tiempo sin preguntar por la calidad de ese tiempo. Pero Heidegger nos recuerda que no debemos huir de ella. La muerte es maestra, porque nos obliga a mirar lo que realmente importa.

La enfermería que se atreve a habitar junto al paciente ese límite no huye, no maquilla, no reduce la muerte a una anomalía técnica. Se queda. Y en ese quedarse hay un acto radical de humanidad: acompañar al otro hacia el horizonte último de su existencia. El silencio compartido puede ser, entonces, la forma más profunda de cuidado.


El lenguaje del cuidado: más allá de las palabras

Heidegger también habló del lenguaje como “la casa del ser” (1). No se trata de un simple instrumento, sino del espacio donde lo humano se abre al mundo. En la enfermería, el lenguaje es gesto, tono de voz, silencio compartido. Es ese murmullo que acompaña o esa quietud que sostiene.

A veces, la palabra más necesaria no es la que informa, sino la que nombra la existencia del otro: “te veo”, “estoy aquí”. Y otras veces, el silencio pesa más que cualquier discurso. Heidegger nos enseñó que el ser humano se entiende en el diálogo, pero también en la pausa, en esa grieta donde algo se revela sin necesidad de explicaciones.

El cuidado, desde esta perspectiva, se convierte en un lenguaje existencial. Una forma de decirle al otro que su ser no está olvidado, que en medio de la maquinaria del mundo todavía hay espacio para la dignidad.


Resistir frente a la deshumanización

Vivimos en una época en la que lo rápido, lo eficiente y lo cuantificable parecen gobernar el cuidado. Se mide, se calcula, se optimiza. Y, sin embargo, cuanto más avanzan las tecnologías, más urgente se hace la necesidad de una enfermería que resista. Resistir no es negarse a la técnica, sino negarse a que la técnica absorba lo humano.

Heidegger advirtió de los peligros de un mundo dominado por la técnica, donde las cosas y las personas se reducen a “recursos disponibles” (Bestand) (1). Esta cosificación atraviesa también la enfermería: cuando el paciente se convierte en un número, en una cama ocupada, en un gasto. Nancy Diekelmann lo denunció con claridad al mostrar cómo el cuidado puede volverse opresivo y despersonalizado bajo la lógica de la eficacia (3).

En ese riesgo de olvido del ser, la enfermería puede convertirse en un espacio de resistencia ontológica: un recordatorio de que cada ser humano es más que un dato, más que un recurso, más que una cifra.

Cuidar, en este sentido, es un acto de libertad. Es devolver al paciente su condición de existencia única, irrepetible. Es mantener encendida la llama de lo humano en medio de la frialdad del cálculo.


Cuidar como acto de apertura

El cuidado heideggeriano es apertura. Una disposición a dejarse tocar por el otro, a permitir que su fragilidad nos interpele. No se trata de salvar, sino de estar. No de controlar, sino de acompañar.

En ese estar, la enfermería se convierte en un espacio donde el ser se revela. Y lo hace en los pequeños detalles: en la forma en que se ajusta una manta, en la mirada que no huye, en la mano que se queda un segundo más de lo necesario.

Podría parecer poco. Pero es en esos gestos donde el otro percibe que su existencia no es invisible. Que todavía hay un “tú” que lo acoge. Y ahí, en esa mínima apertura, se produce lo que Heidegger llamaría un des-ocultamiento del ser.


Reconocer la finitud: un modo de vivir el cuidado

La enfermería que abraza la filosofía de Heidegger no se contenta con cumplir protocolos. Busca ir más allá, hacia una autenticidad que no teme a la finitud. Reconocer que somos mortales, que estamos siempre en camino hacia la muerte, no es pesimismo. Es una llamada a vivir con más hondura cada instante.

Para el enfermero, esta conciencia puede ser una fuente de fuerza: saber que cada encuentro es irrepetible, que cada cuidado es único. En un mundo que olvida fácilmente la profundidad de lo humano, esa actitud se convierte en un acto casi subversivo.


Cuidar es comprender el ser

Al final, la enfermería inspirada en Heidegger nos recuerda que cuidar es mucho más que ejecutar tareas. Es una forma de estar-en-el-mundo, una apertura al misterio de la existencia, un reconocimiento de la vulnerabilidad compartida.

Cuidar es, en definitiva, reconocer al otro en su fragilidad, acompañarlo en su tránsito existencial y sostener con dignidad su ser-en-el-mundo. Es, como diría Heidegger, volver siempre a la pregunta por el ser. Y en ese volver, redescubrir que el cuidado es uno de los modos más auténticos de habitar la vida.


Bibliografía

  1. Heidegger M. Ser y tiempo. Madrid: Trotta; 2003.
  2. Toombs SK. The meaning of illness: A phenomenological account of the different perspectives of physician and patient. Dordrecht: Springer; 1992.
  3. Diekelmann N. First, do no harm: Power, oppression, and violence in healthcare. New York: NLN Press; 2002.

Bibliografía recomendada

  • Benner P. From novice to expert: Excellence and power in clinical nursing practice. Upper Saddle River: Prentice Hall; 2000.
  • Galvin KT, Todres L. Caring and well-being: A lifeworld approach. London: Routledge; 2013.


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